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Entonces se paró detrás de la mesa, de la que sólo sobresalía a partir del cuello. Parecía así una cabeza de querubín libre de la traba del cuerpo. Por fin, con la voz clara de un pájaro comenzó la siguiente melodía, cuyo ritmo era martillado y laborioso: Que Dios os de paz, alegres gentileshombres, Que nada os espante, Porque Jesucristo, vuestro Salvador, Vino al mundo para Navidad.

La tía Simona sale la última; y mientras se lamenta de haber dejado de rezar el rosario por causa del jaleo, y jura que al día siguiente ha de rezar dos, guarda en el arcón que ya conocemos los despojos del pan, del azúcar y de la manteca, para que en el primer día de Pascua pueda la familia, «manipulándoselo bien», recordar, con algo más que la memoria, la noche de Navidad.

¡Oh! tiene Vd. razón, tiene Vd. razón; pero no es así como se piensa allá en otras partes. ¡Dios mío! ¡qué bendita Navidad ésta que me ha hecho encontrar lo que me había parecido un sueño de mi juventud entusiasta! Pero los chicos, luego que vieron al cura, vinieron a saludarlo alegremente, y luego corrieron al centro del pueblecillo gritando: ¡El hermano cura! ¡el hermano cura!

Por lo que hace á la representación de ciertos autos en algunas solemnidades, sobre todo en Navidad, merece apuntarse, que, desde los últimos decenios anteriores á 1590, no rastreamos la existencia de estas representaciones, tales como se daban antes, sin duda porque, probablemente en esta misma época, se acercaron más y más á la forma concreta con que se muestran más tarde, en la época de Lope de Vega y de sus contemporáneos.

De esta procesión en honor de la diosa Holda, que se celebraba en las casas, para premiar las buenas hilanderas y castigar las holgazanas, viene sin duda la de la Virgen María en la vigilia de Navidad con San José y el siervo Ruperto.

Tampoco provino, como han sostenido algunos, de las coplas de Mingo Revulgo, ni de las églogas de Virgilio que Encina tradujo, sino de una serie de representaciones, más imperfectas en verdad, aunque parecidas, con que se solemnizaba en las iglesias la noche de Navidad.

Llegó Navidad, llegaron esos días de niebla y regocijo en que Madrid parece un manicomio suelto. Los hombres son atacados de una fiebre que se manifiesta en tres modos distintos: el delirio de la gula, la calentura de la lotería y el tétanos de las propinas. Todo lo que es espiritual, moral y delicado, todo lo que es del alma, huye o se eclipsa.

Los conocidos que las veían entrar, decían: «ya está ahí doña Isabel con el muestrario». La madre, peinada con la mayor sencillez, sin ningún adorno, flácida, pecosa y desprovista ya de todo atractivo personal que no fuera la respetabilidad, pastoreaba aquel rebaño, llevándolo por delante como los paveros en Navidad.

Como esto se comenzó á divulgar entre los soldados, todos deseaban ser ya allá, y ansí daban priesa en la partida, y hubo Capitanes que se quisieron ir sin aguardar la Real, por lo que acordó Andrea Gonzaga partir la noche de Navidad, y otro día, en amaneciendo, al salir del puerto, llegó D. Pedro Velázquez, Comisario de la armada, en una galeota y dió nueva que estaban en Malta.

Sucedió, pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que viniendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguirre, el cual tenía fama de confeso, que el don Dieguito me dijo: -Hola, llámale Poncio Pilato y echa a correr. Yo, por darle gusto a mi amigo, llaméle Poncio Pilato.