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Había tenido la dicha inmensa de estar en Palacio formando parte de una de las comisiones, y el Rey habló con él... Contaba el caso el marqués, haciendo notar bien el tono familiar con que se había expresado S. M. «Hola, marqués, ¿cómo va?». Nada, lo mismo que si me hubiera tratado toda la vida.

Nego consecuentiam, ¡Padre! contestó resueltamente. ¡Hola, pues probo consecuentiam! Per te, la superficie pulimentada constituye la esencia del espejo... ¡Nego suppositum! interrumpió Juanito al sentir que Plácido le tiraba de la americana. ¿Cómo? Per te... ¡Nego! Ergo ¿tu opinas que lo que está detrás influye sobre lo que está delante?

¡Hola! exclamó el clérigo con sonrisa feroz, parece que ya no cantas, tan alto... ¿Qué tiene el gallo que no canta? ¿Qué tiene el gallo que no canta, guapito? Don Benigno avanzó un paso, y Sinforoso retrocedió otro. La reserva de don Segis avanzó también para conservar la distancia estratégica. ¡Tranquilícese usted, don Benigno! gritó Sinforoso con terror. ¡Si estoy muy tranquilo, guapo!

Octavio tomó la escalera estrecha, sucia y llena de agujeros que conducía al piso primero y último de la casa, y después de atravesar un corto pasillo, hallóse frente á una puerta sobre la cual dió otros dos golpes con la mano, aunque más discretos. ¡Hola! ¿quién anda ahí? preguntó la voz cascada del cura desde adentro. Soy yo, señor cura; tenga la bondad de abrir.

Y al cabo, un solo dia de camino se pasa de cualquier modo. ¡Hola! va U. de largo? me dijo con interes disimulado. Hasta Valladolid. Pues nosotros tambien. Mucho lo celebro. Gracias, Señor, respondieron á una. ¿Y...la señorita sobrina de U. no se fatiga mucho en diligencia? Algo, es verdad; pero el viaje distrae siempre, y la paciencia hace lo demas, dijo la hermosa castellana.

Cuando éste penetró en el cuarto de Enrique, le halló afeitándose frente a un espejo, tan preocupado y atento a su tarea, que no le vio ni oyó los pasos. Hola, Enriquillo, ¿cómo va? Enrique volvió asustado la cabeza. Ah, ¿eres , Miguelito? Siéntate, hombre, me alegro mucho de verte aquí.

LAFRIPE. ¡Maldita sea...! ¡Buena la he hecho! ¡Me va a echar una bronca...! LORENZA. ¿Qué desea usted decirle? Voy a verlo dentro de un rato. LAFRIPE. Yo soy quien le pone sus esbozos en cuadrícula. ¡Hay que vivir...! Me había citado aquí; pero me he entretenido jugando a la malilla... ¡Hola, Cornu...! LORENZA. ¡Si puedo servirle en algo...!

La mayorcita, en efecto, sabía decir sin acento «¡hola, vizconde!», «yo lo tomo sin azúcar» y demás frases de alta comedia; pero la pequeña era incorregible y, mientras no perdiese el acento, no la permitirían hablar. En aquella compañía se suponía, probablemente, que la acción de todas las comedias ocurre en la Luna. No se le autorizaba a nadie acento ninguno.

Otra ancla cayó al mar con el mismo ruido. ¿Cómo le va a usted, tío? dijo una voz dulce y varonil desde a bordo. Hola, Gonzalito. ¿Llegas bueno, hijo mío? Perfectamente; voy allá ahora mismo. Y se bajó con gran agilidad por un cable al bote. Vamos a esperarle dijo don Rosendo poniéndose a andar. Pero la mano del señor de las Cuevas le sujetó como unas tenazas por el brazo.

Luego abrió la portezuela y subió riendo, para sentarse al lado de Febrer. ¡Hola, capitán! dijo éste con extrañeza. No me esperabas, ¿eh?... También soy del almuerzo; me convido yo mismo. ¡Qué sorpresa va a tener mi hermano!... Jaime estrechó su diestra. Era uno de sus más leales amigos: el capitán Pablo Valls. Pablo Valls era conocido en toda Palma.