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El padre es padre al fin, y la naturaleza habla diciendo: «¡No firmo; mátame! ¡Eh, viejo cochino!», le contesta Quiroga, y toma la puerta ahogándose de rabia.

Parado frente a la jaula del leopardo, que duerme tranquilo en un rincón, el quinto suele decirle en tono de zumba: «¡Anda , dormidor! ¿No te cansas de dormir, tuno? ¿Estás a gusto, eh gran ladrónPasa inmediatamente a la del león y vierte sobre él otra granizada de chistes. «¡Miale, miale, qué boca abre el cochino! ¿Nos almorzarías de buena gana, verdad?

En que se sabe quién era el incógnito amante de doña Guiomar. Trémula la mano, alborotado el corazón, encendido el bello semblante y turbados los divinos ojos, doña Guiomar abrió la puerta del cuarto, y dijo con la voz tan turbada que apenas si se la oía: ¡Eh, caballero, salid si os place, yo os lo ruego!

¡Tío!... exclamaron los dos jóvenes en tono de reproche. Pero pronto seréis verdaderos marinos ¡qué diablo! No se improvisan en un día los lobos de mar. Es cierto. ¡Eh, Van-Horn! gobierna hacia aquella punta. ¿La ves? gritó el comandante.

Vamos, a ver ¿por qué no ha venido usted ayer en todo el día? Mira que si yo quisiera... apenas tenía horas libres para... Hija no he podido. No ¿eh? ¡Un día entero! ¿Qué has tenido que hacer? Muchas cosas. Pues todo me lo has de contar para que te perdone... hora por hora... minuto por minuto.

Mire usted añadió entre dientes, si no habrá algún sacerdote en todo París que pueda dar un pasaporte, y no que nos vienen ahora con papeles mojados! ¿A qué viene usted? A estudiar este hermoso país contestó el francés con aquella afabilidad tan natural en el que está debajo. ¿A estudiar, eh?

Marquesa está enojada con ella, y que es preciso que a salir del convento se decida. Insiste mucho en esto, ¿eh?; dile que nos vamos para Madrid, y que en la Corte del nuevo rey José I... ¡Demonio, eso que ha sonado es un tiro de obús!... Me parece que ha caído una granada en el techo de esa casa. ¿Una granada?

Hacedme la merced de meter eso otra vez en ese cofre, de cerrarlo y de llevároslo. ¿Y si me lo roban, señor? ¡Eh! ¡Si os lo roban, qué importa! ¡Adiós! Pero... Adiós, ya os veré. Y don Juan salió.

Colecciones de los diarios en que he escrito, eso : la colección de La Colmena, La Espada de Damocles, La Regeneración Porteña, El Gorro de la Libertad, etc., todos los diarios de que he sido redactor. ¿Pues bien, eh?... he necesitado alguna vez informarme sobre la pesca de los pengüines en la costa patagónica, cuando he sido ministro, ¿qué he hecho?... a La Espada de Damocles... registro la colección y en 1853 o 54, encuentro el artículo que escribí sobre la pesca de esos moluscos...

Sol quiso retirar la mano con que tenía asida la de Ana; pero Ana la retuvo. ¿Qué ha sido, eh, qué ha sido? Sentí como si todo un edificio se hubiese derrumbado dentro de . Ya, ya pasó. Ya estoy bien. Y se le cayó la cabeza al otro lado de las almohadas.