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Enfurecida la mujeruca se desasió violentamente cubriéndole de dicterios y se metió en el interior de la casa. Martinán, sin preocuparse de su cólera, sonreía beatíficamente y le enviaba besos con la punta de los dedos. Los parroquianos aplaudían riendo. ¿Quién habrá más feliz que yo, decídmelo? exclamaba restregándose las manos de placer.

Vió que la costa avanzaba formando un pequeño cabo y que, en torno de su punta, las aguas se mantenían tranquilas, con una pesadez que denunciaba cierta profundidad. Llegó á tocar con la proa esta tierra, relativamente alta entre las tierras inmediatas. Apoyando sus manos en el reborde de la orilla, dió un salto y quedó de pie sobre el reducido promontorio.

En dicho año de 1701, entrando D. Juan de Mayorga á recoger ganado desde la Punta del sur, estando muy tierra adentro, se infiere llegaria hasta cerca de 100 leguas de los Césares.

Luego que la pase por la canal expresada, orzará á arrimarse á la punta del N que forma la boca del rio, así por tomar del mismo bordo el fondeadero, como por dar resguardo á un bajo chiquito que se halla á sotavento.

Y el buen caballero solía responderle, pensando en el crimen que acababa de leer: Tienes razón, camarada; yo, en tu caso, es posible que lo hiciera. Por nada en el mundo dejaría don Melchor de dar sus paseos matutinos, vespertinos y nocturnos por la punta del Peón. En vida de su mujer, cuando estaba acatarrado, veíase precisado a prescindir de estas visitas, y era lo que más le atormentaba.

Tiago se había muerto sin confesion, pero el buen sacerdote, sonriendo burlonamente, se frotó la punta de su nariz y respondió: Vamos ¡á con esas! si hubiéramos de negar las exequias á todos los que se mueren sin confesion, nos olvidaríamos del De profundis. Esos rigores, como usted sabe bien, se conservan cuando el impenitente es tambien insolvente, pero ¡con Cpn.

La expedicion de los dos hermanos Nodales que cruzaron el Estrecho: la de los padres Cardiel, Quiroga y Strobl, con el capitan Olivares el año de 1746, con destino á reconocer, y poblar la bahía de San Julian: la del capitan de fragata D. Francisco Pando, para los mismos reconocimientos: la de D. Domingo Perler, oficial de igual clase con la de su mando, llamada el Chambequin Andaluz; y ultimamente las que han salido de Montevideo y Buenos Aires, para formar poblaciones en la Bahía sin Fondo, ó Punta de San Matias, donde desagua el Rio Negro y de San Julian, desde Diciembre del año pasado de 1778.

Invitele a que se sentara, lo cual hizo en la punta de una silla, como que no quería abusar de mi buena crianza, poniendo su sombrero debajo de una mesa a modo de florero o de escupidera. ¿Y qué es el caso? le pregunté; porque ha de advertir el lector que yo me perezco por los diálogos.

Entonces, Ramiro, cubriéndose con su rodela, y ebrio de sanguinario furor, comenzó a repartir estocadas en el tumulto, sintiendo, a cada golpe, el crujido de las ropas y la blandura de los cuerpos que recibían la punta como pellejos de vino. Nadie gritaba. Era una escena muda. Los que caían se quejaban apenas con el aliento.

Melchor y Baldomero les referían la breve historia de aquel hombre desgraciado, especie de «Don Alvaro» del desierto, a quien la fatalidad le había puesto más de una vez en la boca del trabuco o en la punta del cuchillo el corazón de las personas a quienes más quiso en la vida.