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Le tocaba la segunda aquella noche, y aunque él no había asistido a la primera porque desde hacía algún tiempo le interesaban más los donaires y murmuraciones del café que las disquisiciones estéticas, sabía perfectamente que Núñez no dejaría de estar allí y a todo trance quería verle.

No la encontró; y para figurarse algo parecido pensó en su reclamo de perdiz, escogidísimo regalo de Frígilis. «Si mi mujer supiera que sólo puedo disponer de dos horas y media de descanso, me dejaría volver a la cama». Pero la pobrecita lo ignoraba todo, debía ignorarlo.

Pero su asiduidad no tardó en cambiar de forma y cesó ante el señor de Tragomer. La verdad es que el tal Sorege veía desaparecer rápidamente la fortuna de la casa, pues estaba demasiado al corriente de las locuras de su amigo y acaso las fomentaba lo suficiente para saber á qué atenerse respecto al dote de la señorita. Estaba seguro de que el hijo de la casa dejaría en la calle á su familia.

No tiene sueño tranquilo; cada noche se levanta dos o tres veces para ver a Carmen y darle el alimento y la medicina. A no me gusta eso, porque no tiene obligación de velar a tu tía. Eso me toca a . Ya se lo he dicho; pero ella no dejaría, por nada de este mundo, que me levantara yo a deshora.

Martín y Bautista se miraban con cierto cómico estupor. En Logroño pararon en el cuartel y un oficial hizo subir a Martín a ver al general. Le contó Zalacaín sus aventuras, y el general le dijo: Si yo tuviera la seguridad de que lo que me dice usted es cierto, inmediatamente dejaría libre a usted y a sus compañeros. ¿Y yo cómo voy a probar la verdad de mis palabras?

Y al dársela yo y al despedirme, ¿dejaría las cosas como estaban? ¿Levantaría un poquito más la punta del velo, o no la levantaría?

Conocía Cervantes que a poco que él hiciese, doña Guiomar no llamaría a su doncella; antes bien dejaría con mucha voluntad venir el día, entretenida con él en blanda y amorosa plática; no lo hizo, empero, porque para primera vista ya había alcanzado más favores que los que él se había atrevido a desear; que tal era la grandeza del enamoramiento en que por aquella hermosísima señora suya se encontraba, que a sueño y fingimiento de su deseo tenía el encontrarse a solas con ella y a sus pies, y asiéndola las manos, y gozando de la luz de sus ojos, que no encubrían el contento del alma, y encantado con la dulzura de su voz, que de ángel, más que de mujer le parecía.

Doña Manolita, en cambio, que lo había sabido todo, decía que Pepe Güeto tenía mucho jarabe de pico; que era hombre culto hasta cierto punto y que jamás emplearía la vara con las mujeres; y que, si llegase a ser marido de ella, en vez de pegarle, se dejaría pegar y sería el modelo de los gurruminos.

Nadie dejaría de lamentar su fuga él no volvía al lugar; pero si volvía, la compasión se transformaría inevitablemente en burla y rechifla. No quedaría un solo sujeto que no le preguntase con sorna qué había ido a hacer al yermo y por qué lo dejaba tan pronto, arrepentido de ser anacoreta.

En el mismo instante el ruido del carruaje los puso en alarma, y después de un apretón de mano, se separaron apresuradamente, marchando la señorita en dirección al castillo y el señor de Bevallan por la parte de los bosques; habiendo entrado en mi habitación y estando aún preocupado con este encuentro, me preguntaba con cólera si dejaría al señor de Bevallan proseguir libremente sus amores por partida doble, y buscar al mismo tiempo y en la misma casa, una novia y una querida.