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Yo, que parezco tan alegre, lloro a solas como si dentro de tuviera algo malo de que pudiera librarme con el llanto. Llorar es nuestra defensa, con frecuencia nuestro recurso, el mayor encanto de la mujer, siempre nuestro verdadero consuelo. Pero ¡qué diferencias establece el tiempo!

Tal vez a solas se entretuvieron en discreteos peligrosos, pero nadie llegó a pensar mal; ni la expresión de lo que él decía daba lugar a sospecha, ni la manera de escucharle ella significaba disimulada alegría.

Dia 28. Este dia me fué preciso detenerme á esperar los víveres que habia quedado mandarme el Justicia Mayor: de los que por fin llegaron siete cargas solas, de las veintiuna que debian ser: cuyas raciones distribuí á los soldados, por ahorrar el costo de las cabalgaduras de su conduccion, respecto

Pero no era verdad, tenía ambición, amor al peligro y una confianza ciega en su estrella. La vida sedentaria le irritaba. Martín y Bautista dejaban solas a las dos mujeres y se iban a España. Al año de casada, Catalina tuvo un hijo, al que llamaron José Miguel, recordando Martín la recomendación del viejo Tellagorri.

Ahora bien, Florela amiga, dijo a su doncella; yo te ruego guardes el secreto de lo que sabes, ya que sabes bien que yo no he buscado la ocasión en que me he visto, y por estar allí detrás de las cortinas, como yo te mandé, a solas no he estado con ese hidalgo, y bien has podido oír lo que hemos hablado.

Mucho pido, y no soy digna de merced tan señalada: los pies quisiera traerte, que a una humilde esto le basta. ¡Oh, qué de cofias te diera, qué de escarpines de plata, qué de calzas de damasco, qué de herreruelos de holanda! ¡Qué de finísimas perlas, cada cual como una agalla, que, a no tener compañeras, Las solas fueran llamadas!

En seguida, Mabel me indicó, en voz baja, que deseaba verse a solas conmigo en el salón de la mañana; y cuando estuvimos los dos allí y hube cerrado la puerta, me dijo: Anoche he estado registrando la pequeña caja de hierro que hay en el dormitorio de mi padre, donde algunas veces guardaba sus papeles particulares, cartas confidenciales y otras cosas.

El Comendador, á sus solas, no hacía más que pensar sobre su diálogo con Doña Blanca, y concebir los más encontrados pensamientos, aunque siempre poco gratos. Ya se le figuraba que dicha señora tenía un orgullo satánico, un genio infernal, y entonces se culpaba á mismo de no haberle robado á la hija; de haberla dejado en su poder para que la enloqueciera y la hiciera desgraciada.

Se despidió de con el acento meloso que la caracterizaba y se apresuró a salir de la estancia, con una sumisión que me sorprendió altamente. Verdad que el tono de Don Oscar y sus ademanes firmes y resueltos parecía que no daban lugar a contradicción. Luego que el bendito señor se quedó a solas conmigo, volvió a instruirme severamente acerca de mis deberes para conmigo mismo.

Entonces sentí por todo mi cuerpo un estremecimiento. Era la primera vez que me veía a solas con aquella mujer, y en sitio tan apartado, y cuando yo pensaba en las apariciones meridianas, ya siniestras, ya dulces, y siempre sobrenaturales, de los hombres de las edades remotas.