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Pos digo yo ahora: hay que tener en cuenta que el verano ha sío fatal; hoy que la ventisca, mañana que el aguacero, el pasto se ha reblandecío, y pué ecirse que el ganao no se ha visto limpio de despeño. De salú, bastante bien: sólo han fenecío una vaca de tío Pedro Meñique y una novilla de la viuda del Cevil. La una murió de un empanderao, y la otra de un mal, á manera de perlesía.

¡Qué contratiempo! mi hermana está indispuesta, un poco de jaqueca, no es nada; mañana estará bien; pero hoy no me atrevo a salir sola con vos. Allá, en América, me animaría; pero aquí no, ¿no es verdad? Seguramente respondió Juan. Me veo obligada a despediros, y lo siento mucho.

Jacobo inclinó la cabeza para ocultar la animación de su fisonomía, y saludando á Cristián balbuceó: Hasta la vista, señor; no olvide usted que me ha prometido libros. Convenido. Hasta mañana. El penado se alejó y Cristián lo siguió impasible con los ojos. Está algo loco, dijo al vigilante, pero creo, como usted, que es inofensivo... Un niño, milord. ¿Dónde habita?

Porque aun después del «lance de honor», El Correo de las Niñas y La Mañana siguieron tratando el asunto Pérez, si bien evitaban incurrir de nuevo en ingratas cuestiones personales y de campanario.

Por la mañana el rocío dejaba brillantes gotas sobre mis cabellos; al mediodía el sol tostaba mi rostro; por la tarde, cuando el crepúsculo descendía de lo alto del cielo, tornaba al hogar por el sendero de la montaña y el disco azulado de la luna alumbraba mis pasos.

No dejaba de pensar a cada coquetona sonrisa de Antoñita que acaso a la mañana siguiente le costaría demasiado cara; pero aun así le parecía deliciosa, tanto como terrible la primera que el adversario le lanzaría sobre el terreno y que él veía con toda realidad en su imaginación.

Aquella mañana había recibido una cartita de un teniente de la Guardia Civil que decía: «Mi querido Capellan: Acabo de recibir del comandante un telegrama que dice: español escondido casa Padre Florentino cojera remitira vivo muerto. Como el telegrama es bastante espresivo, prevéngale al amigo para que no esté allí cuando le vaya á prender á las ocho de la noche. Suyo afmo. Perez.

Amparo volvió a casa desolada, impresionada fuertemente; se encerró en su aposento, y yo respeté su dolor. Me vi obligado a continuar durante algunos días mi antiguo papel de hermano. Al fin, una mañana, Amparo me dijo: Siéntate a mi lado, Luis. Me senté en el sofá junto a ella. Necesito que me expliques me dijo ciertas cosas que no comprendo bien.

Si el día de mañana heredase, dejaría inmediatamente de tenerlo.

Mañana veré si puedo conciliar varias cosas. Vuelva usted por acá, viernes o sábado.... Y.. diga usted. ¿Tiene usted buena letra? Regular, señor licenciado. Vamos, vamos. Allí tiene usted lo necesario. Obscurecía. En la mesa había un candelero con una bujía. ¿No ve usted? Pues encienda la vela y escriba lo que guste. Obedecí.