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Con frecuencia me siento poseído de una alegría tan poderosa que entonces reúno todas las fuerzas de mis sentidos para gustar la posesión de este presente fugitivo y fijarlo por un momento. En ese estado quisiera morir.

Sin embargo, no debo hacerme el hombre de mundo. Cuando siento un codazo, ó un aplastamiento de pecho ó de nariz, acompañado de un afectuoso pardon, monsieur, la sangre se me sube á la cabeza, y en mi cara de hiel y vinagre, deben conocer evidentemente que no soy hijo de Paris.

Si usted imagina que pudiera enajenar tesoro de tal valía a cambio de favores literarios, vive usted en un error. Me considero no sólo con el derecho, sino también con el deber de decir claramente lo que siento acerca del arte y de los artistas. Rojas sonrió, guardó silencio unos instantes y al cabo dijo: A un general se le confía la dirección de una campaña.

Cúmplase mi destino; yo no quiero luchar ya más contra la adversa suerte; el negro porvenir tranquilo espero, puestas mis esperanzas en la muerte. Siento que ya mis fuerzas agotadas, que mi mente, serena en otros dias, las unas por mis penas enervadas, la otra presa de horribles fantasías, ya nada oponen al terrible embate de ignota maldicion, que me persigue.

En el mundo hay seda y hay percal, pero quien no sabe distinguir la seda del percal no debe ir á la tienda, ¿comprendes? Aquí te has equivocado de medio á medio. Lo siento por ti, que no has dado prueba de mucho pesqui, y lo siento también por esa pobre muchacha, que merece un hombre más regular. Y salió de la tienda con ademán resuelto y airado.

MANRIQUE. Leonor, respira, respira por piedad; yo te prometo respetar tu virtud y tu ternura. No alienta; sus sentidos trastornados... me abandonan sus brazos... no, yo siento su seno palpitar... Leonor, ya es tiempo de huir de esta mansión, pero conmigo vendrás también.

Después del entierro, y pasados los nueve días de duelo, la señora Rosa dijo un día a don Modesto: Don Modesto, siento mucho tener que decir a usted que es preciso separarnos. ¡Separarnos! exclamó el buen hombre abriendo tantos ojos y poniendo la jícara de chocolate sobre el mantel, en lugar de ponerla en el plato . ¿Y por qué, Rosita?

«Porque yo tengo esta costumbre... Cuando me siento con ganas de llorar y dada a todos los demonios, ¿sabe usted qué hago?, pues coger el zorro, las escobas, una esponja grande y un cubo de agua. Siempre que tengo una pena muy grande le meto mano al polvo». Pues ¡ay, hija mía!, la compadezco a usted... porque la casa está como una plata... ¡Cómo ha de ser!... , esta es mi única distracción.

Crea vuecencia, señor don Andrés, que, aunque yo tuviera vocación de monja, la perdería si imaginase que era para huir de peligros que desprecio y que me siento capaz de arrostrar con el mayor denuedo.

Así que volvió diciendo con cara compungida: Dile que no puede ser... Lo siento mucho... pero no puede ser. ¡Pero, papá! exclamó Araceli. No puede ser, hija... no puede ser... repuso con impaciencia.