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Su muger, que cada dia era mas fea, se hizo de una condicion de vinagre inaguantable; y la vieja cayó enferma, y era mas regañona, todavía que Cunegunda. Cacambo que cavaba el huerto y llevaba á vender la hortaliza á Constantinopla, estaba rendido de faena, y maldecia su suerte.

La Marquesa hacía sus comistrajos singulares, en que nadie reparaba ya tampoco; comía lechuga con casi todos los platos y todo lo rociaba con vinagre o lo untaba con mostaza. Sus vecinos conocían sus caprichos de la mesa y la servían solícitos, con alardes de larga experiencia en aquellas combinaciones de aderezos avinagrados en que ayudaban al ama de la casa.

No llegaba a más su audacia que a poner un gesto de vinagre de cuando en cuando, muy de tarde en tarde, al enemigo, al Magistral; pero como este fingía no comprender aquellas indirectas mímicas, no se adelantaba nada.

Aquí cabe el refrán: más mató la cena que curó Avicena. Rendido Leuro al soporífero influjo, la joven lo ató con fuertes ligaduras a las columnas de su lecho, sacó un puñal, y esperó impasible durante una hora a que empezara a desvanecerse el poder narcótico. A las doce mojó su pañuelo en vinagre, lo pasó por la frente del narcotizado, y entonces principió la horrible tragedia.

Por santa obediencia se resignó á entrar en el estanco, y no pude menos de soltar la risa, cuando observé la cara de vinagre que mi mujer puso al ver los dos francos en el mostrador. ¡Lástima de dinero! dijo furtivamente, y nos dirigimos á la Bolsa.

Al poco tiempo y después de haber bebido un enorme vaso de agua con vinagre, después de haber logrado con grandes esfuerzos obtener una serenidad aparente, la duquesa dijo á la joven dama de honor: ¡Ya se ve! ¡es tan tétrica esta cámara! luego, esas ventanas que golpean... el ruido de la lluvia... y además... antes de dormirme leía Los miedos y tentaciones de San Antonio Abad.

Doña Antonia andaba siempre con las llaves de una parte á otra, ya en la repostería, ya en la despensa, ya en la bodega del aceite, ya en la del vino, ya en la del vinagre. La casa tenía todo esto, como casa de labrador, á par que de señores, pues D. José, al trasladarse á la ciudad, había traído á ella muchos de sus frutos para venderlos con más estimación y darles más fácil salida.

Vinagre admiró como todo el pueblo, especialmente el pueblo bajo, los pies descalzos de la Regenta. En cuanto a él lucía deslumbradora bota de charol, con perdón de la propiedad histórica.

En el pasillo se oyó la voz de la chula que decía dirigiéndose al mozo: Chico, traiga usted un poco de agua y vinagre. Los esposos quedaron solos. Se miraron uno a otro con asombro, y ambos a la vez soltaron la carcajada. Me parece dijo Mario cuando hubo sosegado la risa que D. Laureano ha infundido demasiada vida a esa chica.

¡Qué tres días! Yo me figuraba estar prostituida de un modo extraño (aquí la letra de la Regenta se hace casi indescifrable para ella misma.) ¡Todo Vetusta me había visto los pies desnudos, en medio de una procesión, casi casi del brazo de Vinagre! ¡Y tres días con los pies abrasados por dolores que me avergonzaban, inmóvil en una butaca! Llamé a Somoza que se excusó. Vino el sustituto Benítez, silencioso, frío; pero comprendí que me observaba con atención cuando yo no le miraba. Debía de creer que yo me iba volviendo loca.