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26 Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dijo: ¿No te vi yo en el huerto con él? 27 Y negó Pedro otra vez; y luego el gallo cantó. 29 Entonces salió Pilato a ellos fuera, y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? 30 Respondieron y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te le habríamos entregado.

¡Cómo cinco! ¿Cuáles son? Agua, fuego, tierra, aire y aguardiente. ¿Porqué el aguardiente? 35 Porque mi padre, siempre que lo bebe, dice que está en su elemento. ¡Papá, papá! Planté patatas en el huerto, y ¿sabes lo que ha salido? Ya lo creo. Patatas. 40 No, papá; han salido unos puercos y se las han comido.

Veía detenerse un soberbio carruaje en la puerta del huerto; una hermosa señora la llamaba. «¡Hija mía... por fin te encuentro!», ni más ni menos que en la leyenda; después los trajes magníficos; un palacio por casa, y al final, como no hay príncipes disponibles a todas horas para casarse, contentábase modestamente con hacer su marido al señorito.

Confieso que la unánime y entusiasta aprobación, diré mejor, la alabanza sin restricciones que ha coronado a Pedro Sánchez, ha sido para , como para su autor, una verdadera aunque agradable sorpresa. Era la primera vez que Pereda abandonaba aquel su «huerto hermoso, bien regado, bien cultivado, oreado por aromáticas y salubres auras campestres», como dijo de perlas Emilia Pardo Bazán.

1 ¿Donde se ha ido tu amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? ¿Adónde se apartó tu amado, y le buscaremos contigo? 2 Mi amado descendió a su huerto, a las eras de las especias, para apacentar en los huertos, y para coger los lirios. 5 Aparta tus ojos de delante de , porque ellos me vencieron.

Cuando Rafael le encontró en el puente después de la procesión, estaba próximo a venir a las manos con unos cuantos rústicos, indignados por sus impiedades. Separándose de los grupos hablaron los dos de los peligros de la inundación. Cupido se mostraba, como siempre, bien enterado. Le habían dicho que el río se llevaba agua abajo a un pobre viejo sorprendido en un huerto.

En nuestros días, la mejor universidad, el verdadero convento, el más cumplido liceo, el más poblado huerto de Academo, y el más genuino trasunto del pórtico de Júpiter Liberador y del clásico mercado, todo esto es, amigo mío, la casa de huéspedes española, señaladamente la madrileña. La Naturaleza es un libro, ciertamente; pero es un libro hermético. La casa de huéspedes es un libro abierto.

En el fondo de su alma despreciaba a los vetustenses. «Era aquello un montón de basura». Pero muy buen abono, por lo mismo, él lo empleaba en su huerto; todo aquel cieno que revolvía, le daba hermosos y abundantes frutos. La Regenta se le presentaba ahora como un tesoro descubierto en su propia heredad. Era suyo, bien suyo; ¿quién osaría disputárselo?

Mudaron de rumbo, dirigiéndose al enorme caserón, donde penetraron por la puerta que daba al huerto, y habiendo recorrido el claustro formado por arcadas de sillería, cruzaron varios salones con destartalado mueblaje, sin vidrios en las vidrieras, cuyas descoloridas pinturas maltrataba la humedad, no siendo más clemente la polilla con el maderamen del piso.

¿Yo graciosa?... ¡de ningún modo! Continúe usted su camino; entretanto yo voy a atravesar rápidamente el huerto para avisar a Martín. Iba a marcharse; de improviso se detiene pero se pone el índice sobre la nariz y dice: Espere; voy a pasar al otro lado para ir con usted.