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Mas para llevar á cabo este acto era preciso despedirse, y el despedirse había sido siempre para nuestro señorito uno de esos problemas pavorosos que pocas veces obtienen resolución. Antes de levantarse, cuando estaba en visita, tenía que sostener una batalla consigo mismo, que á veces se prolongaba más de la cuenta.

No estoy ciega respondió mi vieja Celestina, y su cara tomó una expresión de astucia tan intensa, que tomé el partido de reír sin pedir otra explicación. Estoy muy contrariada, y Celestina lo ve muy bien. Paso los días y las noches en las más serias reflexiones y no llego a decidir si quiero o no ver al señorito X...

El Morenito, que ya pasaba de los cuarenta, sentía cierto respeto por don Isidro, «un señorito como Dios manda, y no como los otros fantasiosos que huían de tratarse con los pobres».

Brincaba con alegría, se retorcía, ladraba acariciando con la mirada al fiel servidor, el cual sentía que las lágrimas asomaban a sus ojos, maldiciendo del huésped y de la hora en que había llegado, pues era mucho lo que amaba a aquel hermoso animal. ¡Santo Cristo, qué va a decir el señorito Gonzalo cuando llegue, y sepa que le han matado el Polión!

Tampoco: a nadie, a nadie... De nuevo volvió a insinuar Kate con mucha delicadeza: El señorito volverá hoy del colegio... ¡Es verdad!... ¡Pobre Paquito!... Y querrá ver a la señora... No, no... que se entretenga con Lilí... Mañana lo veré... ¡Tengo una jaqueca horrible!

Atropellándose al hablar, de pura rabia y despecho, insistió en que nadie imaginaría que el marqués de Ulloa, un señorito que sólo pensaba en cazar, se echase a político; que, a pesar de la gran influencia de la casa y de ejercer su nombre bastante prestigio entre los paisanos, la aristocracia montañesa y los curas, la tentativa importaría un comino si no la hubiese tomado de su cuenta Barbacana y no le ayudase un poderoso cacique subalterno, que antes fluctuaba entre el partido de Barbacana y el de Trampeta, pero en esta ocasión se había decidido, y era el mismo mayordomo de los Pazos, hombre resuelto y sutil como un zorro, que disponía de numerosos votos seguros, pues muchísima gente le debía cuartos que tenía esquilmada la casa de Ulloa a cuyas expensas se enriquecía con disimulo y que este solemne bribón, al arrimo del gran encausador Barbacana, se alzaría con el distrito, si no se llevaba el asunto a rajatabla y sin contemplaciones.

¡Eh, arriba, cabayero! ¡Señorito, a la plaza! Un poco más tarde llegan por las bocacalles y pasan rápidamente, tirados por hermosos brutos, los carruajes de los ricos y sus parásitos, mostrando la gente adinerada afán de imitar al pueblo en la manera de vestir.

La doncella había de tener su lecho cerca del señorito, por si llamaba, para avisar a la madre, que bajaba inmediatamente. En casa el Magistral era el señorito. Así le nombraba el ama delante de los criados y era el tratamiento que ellos le daban y tenían que darle. A doña Paula, que no siempre había sido señora, le sonaba mejor el señorito que un usía.

Y fue hacia el recibimiento. Desde la cocina oyó Fortunata cuchicheo en la puerta. Duró poco, y la criada volvió diciendo: «Los de al lado... la misma señorita Cirila fue la que llamó. Nada; que si teníamos por casualidad azucarillos... Le he dicho que no. Me preguntó cómo seguía el señorito. Le contesté que duerme como un lirón».

He aquí el secreto de que nuestro señorito se hallase sentado tan á sus anchas al lado de la hermosa Carmen. Esta noche he soñado continuó Octavio en voz apenas perceptible que te habías muerto. Estabas tendida sobre un lecho de hojas de laurel y sándalo y tenías ceñida la frente por una corona de azahar.