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Actualizado: 7 de julio de 2025
Muy mansos..., como corderos.... No se me han opuesto de frente a nada. Pero habrán hecho de lado cuanto se les antoje.... Mire usted, don Julián, a veces me dan ganas de empapillarle a usted. Lo mismito que a los pichones. Julián replicó todo compungido: Señorito, acierta usted de medio a medio. No hay forma de conseguir nada aquí si Primitivo se opone.
Una tarde, la encajera del portal, destinada a darle malas nuevas, le detuvo y le habló así: Tengo que icirle a Vd. una cosa, señorito... pero no se va Vd. a enfurruñar conmigo.
Vestido de señorito, tenía algo de gitano; cuando se disfrazaba de chulo, todos reconocían en él al señorito. Era un ser doble, que flotaba entre la decencia y el encanallamiento. Según decían sus amigos, causaba sensación entre las mujeres.
Agarró al señorito por el medio del cuerpo y lo echó al hombro con la misma facilidad que si fuese un canastillo de cerezas. Salió de la huerta, cruzó el pueblo rápidamente y entró en el camino de Vegalora. Pronto apareció en el puente y lo atravesó como una saeta.
Tenía cuarenta años muy bien cuidados; amaba mucho, y se creía un lechuguino, en la esfera propia de su cargo, cuando dejaba el mandil y se vestía de señorito. Colás era un pinche de vocación decidida, colorado y vivo, de ojos maliciosos y manos listas. Los dos personajes, a más de la robusta montañesa que tenía a su servicio Visita, ayudaban a las damas en su tarea.
El clérigo prosiguió diciendo: El único joven que en esta comarca se encuentra en condiciones de ser un hombre influyente en la política es usted, señorito.
Algunas de las muchachas, al recobrar la razón después de la embriaguez de aquella noche, se habían ido a la sierra, no queriendo permanecer en el cortijo. Apostrofaban a los manijeros, guardianes de confianza de sus familias, que habían sido los primeros en aconsejarlas que siguiesen al señorito.
Vestido con aquel traje de campo que tan bien le sentaba, montaría a caballo, pero sin faltarle un botón en la chaquetilla, sin el menor descosido en los calzones, con una camisa siempre blanca como la nieve, bien cepillado, lo mismo que un señorito de Jerez.
Era aquello como una herida abierta en el tejido orgánico y vista con microscopio. El arroyo de aguas saturadas de óxido de hierro que corría por el centro, parecía un chorro de sangre. ¿En dónde está nuestro asiento? preguntó el señorito de Penáguilas . Vamos a él. Allí no nos molestará el aire.
Corrí a buscar mis armas y mi caballo, y antes de que se notara mi falta, ya estaba en fila con el señorito conde de Rumblar, Marijuán y los demás de la partida.
Palabra del Dia
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