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Acudió solícito, y al asomar la cara por el corredor, vio a su primo Enrique en traje de chulo; chaquetilla corta, faja de seda, camisola bordada sujeta al cuello por botones de oro, sombrero ancho de fieltro, pantalón ceñido y bota de charol: el complemento del traje era una vara en la mano, muy larga, como destinada a conducir pavos.

Como ella lleva los ojos lucientes de malicia y la boca rebosando picardía, los señoritos la miran con codicia, y entonces el chulo, porque vean que la muchacha es suya, la requiebra con insolencias que ella estima como madrigales dulcísimos.

Todos me parecían en aquel momento igualmente sospechosos y aborrecibles. «Yo no me apeo», dije interiormente, a pesar de que veía al conde aproximarse a las reses hasta casi tocarlas. Pero el prócer gozaba fama de temerario, y yo no tenía deseo alguno de adquirirla. ¿Qué tal los muruves? preguntó el mismo criado a un chulo que andaba por allí cerca. ¡No lo ves, hiho, qué animalitos de Dio!

Serás mi chulo; serás mi «socio», como dicen las de los barrios bajos... A veces me acuerdo de algunas vendedoras que he visto en la plaza de la Cebada, con sus enaguas muy almidonadas y sus buenos pendientes de oro.

Pero el joven de la faja, que no había dejado de mirarme con extraña atención, sin interrumpir su malagueña silbada, extendió la mano solemnemente, diciendo: No, cabayero, no vaya uté... Yo iré a darle el recao... Uté puee quearse con esta chavaliya, sin perjudicá... «Bronca tenemos», pensé; y, como maldito el deseo que sentía de liarme con un chulo, me hice el tonto.

La puerta de una tienda de ultramarinos dejaba escapar en la esquina próxima un cuadro de luz vivísima, y veíase en el fondo al tendero, inmóvil ante el mostrador, ajustando sus cuentas. A cuarenta pasos, debajo de un andamiaje, una farola hacía resaltar las negras siluetas de un chulo de chaquetilla corta y una chula de falda almidonada y pañuelo de seda a la cabeza, que dialogaban vivamente.

Pues yo, tías brujas, ando al sol y al aire, con los zapatos rotos, y la blusa rota, muerto de frío; con que... ¡Eh!... ¿Quién es aquel que va a caballo? ¿No es Gaitica? El mismo, un chulo vestido de persona decente. Y saluda a dos que van en un coche. Todo porque estos días ha ganado al juego muchos miles. Ladrón, ruletero, chulapo, ordinario, canalla.

¡Señores gritó Joaquín si en la otra vida no hay cante o es cante adulterado, renuncio al más allá! Y dio un salto sobre la mesa agarrándose a una columna y comenzó un baile flamenco con perfección clásica. No faltaron jaleadores, y sonaban las palmas mientras cantaba el mediquillo con voz ronca y melancolía de chulo: a coooosa que maravilla mamá ver al Frascueeeelo la pantorriiiilla mamá...

¡Fuera el chulo sietemesino! ¡Que baile! contestaron desde arriba. ¿Se dirige V. a ? dijo uno levantándose con arrogancia. Me dirijo al que haya sido. Pues nos veremos las caras al salir. Se la veré a usted para escupírsela contestó Enrique encolerizado. ¡Fuera, fuera! ¡Que se siente ese babieca! gritaron desde arriba. No tuvo más remedio que hacerlo.

La moza que iba a barrer y fregar desapareció sin pedir un pico que le debían del salario, y el chulo que ayudaba a amasar y freír se despidió cobardemente: sólo Pepe permaneció allí día y noche, sin ir a jugar con los chicos del barrio ni ocuparse en otra cosa que cuidar a la muchacha.