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El perro, después de bailar alrededor de las piernas de su amo de un modo desordenado, se precipitó haciendo un barullo desagradable hacia un pequeño gato atigrado que estaba escondido bajo el telar; después volvió de un salto, dando otro ladrido agudo, como diciendo: «He cumplido con mi deber con esta débil criatura». Mientras tanto, la honorable mamá del gatito, sentada en la ventana, se calentaba al sol su pecho blanco y volvía la cabeza con aire dormido, esperando recibir caricias pero nada dispuesta a darse el menor trabajo para obtenerlas.

Lord Gray no ha vuelto por casa; nadie sabe dónde está, y es probable, que haya marchado a Inglaterra. Creo que en efecto se ha marchado a su país. Te advierto que mi novia no me puede ver ni pintado; pero eso no hace al caso. Mi madre me ha bloqueado por mar y tierra, y yo me rindo, chico, me rindo a discreción. Con mi señora mamá no hay burlas, amiguito.

Aresti se vió asediado por su parienta. La pequeña de Lizamendi no le parecía mal. La mamá aceptaba, sonriendo, el plan de Cristina, y el doctor encontraba á las de Lizamendi con una frecuencia alarmante en el salón de su casa. Al fin acabó por ceder á los reiterados consejos de su prima, que parecían apoyados por el silencio y la mirada tranquila de Sánchez Morueta. Si había de casarse, no era mala proporción la de Lizamendi.

Le hizo mamá comprender que era una locura, un pecado... Pero después... después... cuando supo el suicidio de tu papá, ella murió a los pocos meses... ¡Pobrecita mamá! ¡Pobrecita mamá! Por favor, Carmen, no les digas que te he preguntado. ¡Cómo te imaginas! Y nunca más hablaron de ello. Aquella noche, antes de acostarse, Adriana apagó la luz en su habitación y se dirigió a la sala.

La hora se me pasó, mamá me espera... Muñoz, tenemos que hablar, ya ; le avisaré a Charito para encontrarnos una tarde aquí. Adiós, adiós. Julio, retenido un minuto por Lucía, la vio salir como huyendo. Tanto había conturbado a Muñoz la aparición momentánea de Adriana y tan lejos estaba de suponer que Julio frecuentaba la casa de Charito, que no le reconoció en el primer momento.

Toda la familia se había opuesto á que le acompañase hasta el ferrocarril. Su hermana iría con él. Y al regresar Margarita á la casa la había encontrado en un sillón, rígida, con el gesto hosco, eludiendo nombrar á su hijo, hablando de las amigas que también enviaban los suyos á la guerra, como si únicamente ellas conociesen este tormento. «¡Pobre mamá!

Pero mi conflicto ahora no es con Carlitos, sino con mi propia familia. Mamá lo ha sabido. Y ya la conoce usted... Claro: ella quiere mi felicidad.

Y el muy pillo silabeaba en el oído de su mamá estas palabras más tenues que el aleteo de una mosca: Dice papá que yo salgo a ti, qué soy un loco. Con terror vio la ingeniosa señora que pasaban uno tras otro los días de la segunda quincena de Agosto, porque, según todas las señales, tras ellos debían venir los primeros de Setiembre.

Sería lo que se te antoje, pero era un hombre muy campechano y muy á la buena de Dios. ¡Así fuese éste como él! ¡Pobre señor conde, en qué pocos días se escapó al otro mundo!... Me voy, que aún no le he mandado el almuerzo á tu padre, y estará furioso. Ahora hazme el favor de salir de esa bendita cama y no vuelvas á dormirte. Hasta luego, hijo mío. Su hijo la llamó antes de llegar á ella. Mamá.

En eso, nada; pero, oye, mamá. Anoche tuve una agarrada con Tirso: la cosa había de suceder, y llegó. Supongo que te habrá hablado de ciertos proyectos que intenta, relativos a papá: puedes imaginar el efecto que producirían. Contén a mi hermano, imponle cordura, porque estoy dispuesto a todo.