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Al entrar en la pieza nos encontramos con el médico, un tal doctor Glenn, hombre joven y más bien agradable, que estaba asistiéndolo. Blair se hallaba en ese momento completamente consciente, y escuchó la opinión médica sin alterarse.

Su poseedor era un gringo que vivía en Asunción sin más objeto que estudiar los animales y las plantas del país; un doctor alemán, gordo, rubicundo, de gafas doradas, muy amigo de bromear con las gentes simples del campo, para sonsacarles noticias.

Yo sospecho continuó el doctor que mi pobre Carraspique está supeditado a la voluntad de algún fanático, v. gr. el Rector del Seminario. ¿No le parece a usted que puede ser el señor Escosura, ese Torquemada pour rire, el que ha traído a esta casa tanta desgracia? No, señor; no creo que sea ese, ni que haya en esta casa tanta desgracia como usted dice. ¡Van ya dos niñas al hoyo! ¿Cómo al hoyo?

Estaba siempre de buen humor, incluso cuando no le daban nada de comer, y se enorgullecía de sus enfermedades, dándole las gracias al doctor Chevirev por la gota, que consideraba una enfermedad noble, con la que su importancia adquiría aún mayor relieve.

¡Ah, no!... Llegará un día en que España será un país de microbios solos, y entonces la lucha por la vida adquirirá aquí caracteres horribles. Antes de esa fecha exclamó el microbio local yo me agarraré al presupuesto. Buscaré un empleíllo en algún laboratorio, como microbio de cultivo, y ¡a vivir! ¿Han leído ustedes las experiencias del doctor Voronof?

Los cosacos desembocaron del sendero en el prado de enfrente, encorvados sobre sus caballos, con las piernas encogidas, a rienda suelta y corriendo a todo correr hacia la casa forestal, como ciervos perseguidos. ¡Ah! huyen como diablos gritó el doctor.

Siento escozor, dolor, y la idea de recibir la luz en los ojos me horroriza. Pasose la mañana en gran incertidumbre hasta que vino el doctor.

Pero ¿tan seguros estáis de la victoria? preguntó Desnoyers . A veces, el destino ofrece terribles sorpresas. Hay fuerzas ocultas con las que no contamos y que trastornan los planes mejores. La sonrisa del doctor fué ahora de soberano menosprecio.

Tu padre era respetado más que nunca; mandábamos que era un gusto. Don Antonio, desde Madrid, daba orden a los gobernadores de que abriesen la mano, dejándonos en completa libertad para barrer lo que quedaba de la revolución, y los que antes aclamaban al doctor, huían de él para que nosotros no les tomásemos entre ojos.

El doctor había sido ministro en su país, y esto bastó para que el hombre de mar, inclinándose sobre sus piernas cortas con una galantería versallesca, ofreciese su brazo a la matrona argentina. Tras de ellos se formó la fila de parejas, escogiéndose unos a otros según anteriores preferencias o al azar de la proximidad con bizarros contrastes que provocaban risas y gritos.