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Luego le bastaba ver la sonrisa de Elena y la caricia de sus pupilas verdes y doradas para mostrar una confianza y una admiración iguales á las de Federico.

Entre los jazmines reales, que abrazándose a una columna ostentaban sus mil florecillas llenas del perfume más grato a los enamorados; entre los naranjos de la China, graciosas miniaturas del naranjo común; entre los rosales de la tierra y esos claveles indígenas, cuya imperial hermosura no ha logrado eclipsar ninguna de las elegantes flores modernas; entre los tiestos de reseda, de mejorana, de albahaca y de sándalo, saltaban los chorros de una fuente habladora, con cuyo monólogo se concertaba el canto de algunos pájaros prisioneros en doradas jaulas.

En el buque de enfrente también se destacaba el brillo de los cobres y las figuritas de los músicos, puestos en círculo en la última cubierta. Cuatro trompetas larguísimas, cuatro tubos semejantes a los que guiaban la marcha de los legionarios romanos, abrían sus bocas doradas por encima de las cabecitas, y en los intervalos de silencio llegaba hasta el Goethe su lejano rugido.

La muchacha tendría quince o diez y seis años; era delgada, esbelta, con las mejillas doradas por el sol; los ojos brillantes, obscuros; el pelo rubio, de fuego, y la expresión entre asustada y salvaje. En las paredes del cuartucho había unos mapas, un barómetro, un reloj de barco y una brújula; se notaba que era la casa de un marino.

Al entrar en el salón vio a Juanito contemplando al tío, y éste con la vista fija en el techo, contando sin duda las flores doradas que tenía el papel, como hombre que se aburre y busca desesperadamente la distracción. Vaya, niñas, basta de cosas tristes. Cantadle al tío algo alegre. Don Juan hizo un gesto como indicando que le era igual y no valía la pena molestarse.

Salomé ostentaba en su muñeca el ridículo, que caía sobre el antepecho del balcón, ofreciendo al asombro del numeroso público los vivos colores de sus mostacillas azules y de sus lentejuelas doradas.

Hecho esto, vuelto á subir el ángel á la nube, de allí á poco bajó otra vez con unas fuentes doradas, muy lindas, para dar agua manos al rey, entregándolas á otros dos que estaban vestidos tambien de ángeles á los lados del aparador, los cuales las tomaron, y luego las dieron á los caballeros que habian de servir el aguamanos al Rey.

Cuando sintió ruido en la casa, llamó a gritos. ¡Anselmo, Petra, Servanda, Petra!... Apareció Petra con el cabello suelto, en chambra, y mal tapada con un mantón viejo del ama. Parecía la aurora de las doradas guedejas; pero Frígilis, mal humorado, se encaró con la aurora. Oye, , buena pécora, ¿qué demonio de obispo entra aquí por la noche a destrozarme las semillas?...

El sol inundaba de luz la magnífica rada; un ligero matiz de púrpura teñía la superficie de las aguas hacia Oriente, y la cadena de colinas y lejanos montes que limitan el horizonte hacia la parte del Puerto permanecían aún encendidos por el fuego de la pasada aurora; el cielo limpio apenas tenía algunas nubes rojas y doradas por Levante; el mar azul estaba tranquilo, y sobre este mar y bajo aquel cielo las cuarenta velas, con sus blancos velámenes, emprendían la marcha, formando el más vistoso escuadrón que puede presentarse ante humanos ojos.

«¿Qué culpa tengo yo, ponía, de que llamen por esas calles sentencias, y doradas, aquellos aforismos de mis cartas? .» «Pregúntanme si algunas cartas que andan entre las impresas con nombres de otros, son en realidad de verdad mías ó de aquéllos.