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Actualizado: 10 de septiembre de 2024


Donde quiera los frescos vallecitos, las alegres faldas y lomas arrugadas y los planos sucesivos ostentaban su vegetacion multiforme y de variados matices, á la luz mate del sol poniente.

Unas mostraban finísima grana, otras delicado verde, otras hermoso azul, otras exquisito naranjado, otras subido negro, otras un blanco lijeramente cubierto con variado color; otras ostentaban riquísimos jaspes donde campeaban á un tiempo la belleza y el capricho.

A mediados del siglo pasado, en una plaza de Madrid, formando rinconada con un convento, claveteada la puerta, fornido el balconaje y severo el aspecto de la fachada, se alzaba una casa con honores de palacio, a cuyos umbrales dormitaban continuamente media docena de criados y un enjambre de mendigos que, contrastando con la altivez del edificio, ostentaban al sol todo el mugriento repertorio de sus harapos.

Se los imaginó tal como debían ser antes del momento de su muerte, tal como él los había visto en los avances de la invasión en torno de su castillo. Algunos de ellos, los más ilustrados y temibles, ostentaban en el rostro las teatrales cicatrices de los duelos universitarios.

Todas iban á morir en este Monte-Carlo, último rincón de la tierra que podía recordarles sus esplendores de sesenta años antes. Algunas, en memoria de sus joyas desaparecidas, ostentaban serenamente unos adornos grotescos y bárbaros de latón y cuentas de vidrio.

A la izquierda, se levantaba una alta muralla de rocas salpicadas de musgo; robles y abetos, interpolados con yedras y malezas pendientes, se ostentaban en las grietas, hasta la cumbre de la escarpada ribera, arrojando una sombra misteriosa sobre el agua profunda que bañaba el pie de los peñascos.

Los faroles del alumbrado ostentaban una montera torcida como un gorro de dormir. Los golfos, entusiasmados por la novedad del espectáculo, hacían rodar grandes bolas de nieve, coronándolas con monigotes de su invención. Maltrana, con los pies helados y temblando de frío, vagaba por Madrid. Subió a la casa de un antiguo compañero para pedirle algo, aunque sólo fuese una peseta, y no le encontró.

En sus festividades se adornaban todos ellos la cabeza con plumas de colores: los hombres se presentaban desnudos, ó cubiertos solamente con una especie de camisa sin mangas; las mugeres vestian la misma camisa, llevaban los cabellos sueltos y se pintaban la cara de negro y de rojo á imitacion de los indios; quienes se agujereaban ademas los labios y la nariz para adornarse con argolletas: un collarin, hecho con los dientes de sus enemigos muertos en el combate, era entre tanto el adorno que ostentaban con mas ufanía.

Los hombres ostentaban también en su diestra un pañuelo de color, comunicándole un movimiento rotatorio al mismo tiempo que bailaban en torno á la mujer. Era una repetición de la danza de las épocas primitivas; la eterna historia del macho persiguiendo á la hembra. Ellas bailaban trazando pequeños círculos para huir del hombre, y éste las acosaba y envolvía girando en una órbita más amplia.

Y de aquí el peregrino propósito de exponer cada personaje analíticamente ante los ojos de los espectadores, y ofrecerlo en sus elementos, á modo de operación química, cuyo conjunto se suponía constituir su esencia; los personajes, que intervenían en la acción, ó más bien dicho, que hablaban en ella, se presentaban ordenados como los insectos en el microscopio, para que se examinasen bajo los distintos aspectos de su personalidad, y ostentaban en monólogos sin fin catálogos de todas las virtudes y vicios, cualidades y afectos: he aquí la que formaba las llamadas piezas de carácter, por largo tiempo tan celebradas.

Palabra del Dia

jediael

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