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Entendiéronse las contracifras con que se hablaban y entendían aún delante de los católicos: descubriéronse los disimulos con que se disfrazaban las vanas observancias de la Ley vieja.

Otras hablaban con los acólitos y demás servidores del templo que iban entrando por todas las puertas, soñolientos y desperezándose como obreros que acuden al taller.

En el club, en el teatro, allí donde iba, las gentes hablaban de compras de tierras, de ventas, de negocios rápidos con el provecho triplicado, de liquidaciones portentosas. Empezaban á pesarle las sumas que guardaba inactivas en los Bancos. Acabaría por mezclarse en alguna especulación, como el jugador que no puede ver la ruleta sin llevar la mano al bolsillo.

Unos permanecían inmóviles, presentándole el dorso; otros tenían los ojos bajos y hablaban quedamente, con susurro de misterio. Dos ó tres de ellos cruzaron al fin sus miradas con la del capitán. Tenían en las pupilas un brillo de cólera naciente. Desvanecida la primera sorpresa, parecían dispuestos á levantarse, cayendo sobre el recién llegado.

Sea como sea, para es evidente que antes de que penetraran en España los celtas, los fenicios, los griegos y otras gentes, hubo en España un pueblo civilizado, que llamaremos los iberos. Este pueblo se extendía por toda nuestra península, y aun tenía colonias en Cerdeña, en Italia y en otras partes, como Guillermo Humbolt lo ha demostrado. Eran vascos y hablaban la lengua euskara.

Compuesta de indios que hablaban los dialectos de la lengua moxa, contaba en 1691 tres mil ochocientas veintidos almas.

No es probable que los Filipinos, que habitaban diferentes provincias, y hablaban distintos dialectos, hicieran todos semejante modificacion solo por imitar los españoles y que este deseo de imitar se limitara en todos ellos á la direccion solamente y no á la forma misma de las letras, en una palabra, á la escritura de las lenguas novolatinas.

Catalina y Martín se encontraban muchas veces y se hablaban; él la veía desde lo alto de la muralla, en el mirador de la casa, sentadita y muy formal, jugando o aprendiendo a hacer media. Ella siempre estaba oyendo hablar de las calaveradas de Martín. Ya está ese diablo ahí en la muralla decía doña Águeda . Se va a matar el mejor día. ¡Qué demonio de chico! ¡Qué malo es!

Como usted lo oye, querida... Tiene una rosa, otro negro y otro encarnado... El que usted ve es el encarnado... Es indigno de una joven... Alcé los ojos para contemplar a mi vez el famoso sombrero indigno, y me vi en la sombra de la capilla el perfil de Francisca Dumais debajo del sombrero incriminado. ¡Pobre Francisca! Era de ella de quien hablaban...

Valentina, entonces hablaban de ti dijo Nieves ruborizada tocando en el muslo a su compañera. ¡Qué gracia! No te apures, mujer. ¡Si ya sabemos que eres la más guapa! dijo la otra visiblemente picada. ¡Paz, paz, señoras! exclamó Gonzalo.