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En el patio vio matar al Padre Artigas, bibliotecario, y al hermano Elola, ambos cazados ferozmente a lo largo de los claustros, y siguiendo la dirección de algunos escolares que huían, refugiose en la capilla doméstica. Allí estaba el Padre Carasa con algunos colegiales rezando el rosario.

Pero decidme; habiéndole tenido á vuestra merced ¿por qué no lo matasteis? ¿Matar á mi hermano? ¿Y por qué no? dijo la resuelta doncella con expresión de cólera que dió nuevo encanto á su lindo rostro.

Pero, amigo mío prosiguió él, menos afectado que yo por la bebida hemos sabido que a Mariquilla de las Nieves la corteja... ¡cortejar!, hermosa palabra que no tiene igual en ningún idioma... pues decía que la corteja un guapo de Jerez que se me figura es más afortunado que nosotros. Sin duda a ese es a quien usted quiere matar.

Cuando su tía entró con el chocolate, Maxi seguía tan disparado como antes. «Lo que yo extraño, tía, lo que yo no puedo explicarme dijo clavando en ella sus ojos que relampagueaban , es que usted consienta esto y lo encubra y me quiera matar, porque sépalo usted, para el honor es primero que la vida».

Y Quilito, loco, sin sombrero, iba delante. ¡Imbécil! ¿quién le daba al otro velas en su entierro? se había de matar, aunque vinieran a impedírselo todos los filósofos de la tierra.

-A eso voy -replicó Sancho-. Y dígame agora: ¿cuál es más: resucitar a un muerto, o matar a un gigante? -La respuesta está en la mano -respondió don Quijote-: más es resucitar a un muerto.

El me dijo que iba á sacarme de allí, que quería hacerme feliz. Me dió mucho miedo. Decía todo esto con una vaguedad que indicaba cuán débiles estaban sus facultades mentales. Me dió mucho miedo continuó; aún me parece que le estoy viendo. Al principio pensé que me iba á matar; pero ... no me mató. Dijo que me quería llevar consigo; que él me quería ver feliz ... Me había escrito una carta.

Pues no tiene usted más que venirse a pasar unos días con nosotros y yo le haré matar una docena de ellos. ¡Poco gusto que le daría a mamá verles a ustedes por allá! ¿Pero, Nanín, no sabe usted que tengo un niño y que le estoy criando? exclamó ella riendo. ¿Y eso qué importa? Se lleva al niño y la servidumbre que ustedes necesiten.

Y como aquesto le dijese aquel su capitan delante de sus tres buenos amigos, rióse Inca Yupanqui de ver que su padre le queria matar de aquella manera, y de conocer que reinaba envidia en él, y estándole él rogando que se sirviese de todo ello y que se lo acetase en servicio.

Los sicarios, encargados de matar al niño, habían tenido piedad de él y le habían expuesto a la puerta del castillo de D. Fruela.