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Pero, amigo mío prosiguió él, menos afectado que yo por la bebida hemos sabido que a Mariquilla de las Nieves la corteja... ¡cortejar!, hermosa palabra que no tiene igual en ningún idioma... pues decía que la corteja un guapo de Jerez que se me figura es más afortunado que nosotros. Sin duda a ese es a quien usted quiere matar.

Dolorcitas parecía decidirse por ; pero, al mismo tiempo, todo el mundo decía que iba a casarse con el hijo del marqués de Vernay, un señor de Jerez, no muy rico, pero de familia aristocrática. Le escribí a Dolorcitas y le hablé varias veces por la reja. Ella negaba que fuera a casarse y aseguraba que no torcerían su voluntad. Sin embargo, los indicios de la boda eran ciertos.

Pero donde puso todo el corazón rebosante de ternura y amor, fue en la carta última, que le escribió a su anciana madre, entonces aquí, al lado de los que se sentaban a la mesa del jerez y de la manzanilla a comer el plato del robo y de la villanía. Oíd esa carta: «Madre mía: Hoy 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted. Yo sin cesar pienso en usted.

Muchos, al abandonar su vivienda habían tenido que arrancarse de los brazos de sus mujeres, que lloraban presintiendo el peligro, pero al verse entre los compañeros, erguíanse arrogantes, mirando a Jerez con ojos bravucones, como si fueran a comérsela. ¡Vamos! exclamaban. ¡Que da ánimo ver tantos probes juntos, dispuestos a hacer una hombrada!... Eran más de cuatro mil.

El aviso misterioso había volado de los ventorros a los ranchos, por toda la extensa campiña, y cuantos trabajaban en ella acudían presurosos, creyendo llegado el momento de la venganza. Miraban con ojos feroces a Jerez.

No le presentaba una nota de embarque que no prorrumpiese en maldiciones contra la decadencia de los vinos de Jerez. no has alcanzado la buena época, Ferminillo continuó; por esto tomas las cosas con tanta pachorra.

Luis de Torres, judio converso, intérprete. Domingo de Lequeitio. Lope, calafate. Jacome el Rico, Genovés. Pedro Terreros, maestresala. Rodrigo de Jerez, de Ayamonte. Ruiz García, de Santoña. Rodrigo de Escóbar. Francisco de Huelva. Rui Fernández de Huelva. Pedro de Soria. Pedro de Bilbao, de Larrabezua. Pedro de Villa, del Puerto. Diego de Salcedo, criado de Colón. Pedro de Acevedo, paje.

Su familia imploraba la visita del revolucionario, viendo en su presencia un último rayo de alegría para el enfermo. «Ahora va de veras, don Fernando», escribíanle los hijos. Y don Fernando fue a Jerez, y emprendió a pie el camino de Matanzuela, aquel camino que había seguido de noche, en diversa dirección, tras el cadáver de una gitana.

Todos sois lo mismo: no habéis conocido lo bueno y os extraña que los viejos encontremos tan malo lo presente. ¿Sabes a cómo se pagaba antes la bota de treinta y una arrobas? Pues llegó a valer 230 pesos; y ahora se ha vendido en algunos años a 21 pesos. Pregúntale a tu padre, que aunque menos viejo que yo, también ha conocido los tiempos de oro. El dinero circulaba en Jerez lo mismo que el aire.

Recordaba mentalmente con cierta vergüenza el origen de los Dupont, del que hablaban los más viejos de Jerez al comentar su escandalosa fortuna. El primero de la dinastía llegaba a la ciudad a principios del siglo, como un pordiosero, para entrar al servicio de otro francés que había establecido una bodega.