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Estar pensando constantemente en que nos hieren. Ver enemigos en todas partes. Sentir una mirada como la hoja de un puñal en el corazón. Escuchar una palabra y darle un millón de vueltas en la cabeza hasta marearse y ponerse enferma.

Pero, aunque la cosa era insignificante, podría parecer un tanto extraña y ni aún quizás lograría hacérselo aceptar... Pensando en ello, comenzó lentamente a quitarse la cadena que llevaba pendiente del chaleco y con nerviosidad la hacía saltar entre sus dedos.

La niña, sin decir nada, volvió a tomar mi brazo. Caminamos un buen pedazo en silencio. Yo iba pensando ansiosamente en lo que iba a decir y en lo que iba a hacer, sobre todo en lo que iba a hacer. Al fin, Teresa lo rompió, preguntándome resueltamente: ¿No me dijo V. por carta que me quería? ¡Pues ya lo creo que la quiero a V.!

Después que cerraba el candado y se descuidaba, pensando que yo estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces del un lado del fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos pedazos, torreznos y longaniza.

«No, no hay Dios, iba pensando, pero si lo hubiera estábamos frescos...». Y más abajo: «Y de todas maneras, eso de que le han de enterrar a uno de fijo, sin escape, en ese estercolero... no tiene gracia». Y corría, sintiendo de vez en cuando escalofríos. Don Pompeyo tuvo fiebre aquella noche. «Ya lo decía él; ¡la humedad!».

Y al suspirar de nuevo, pensando en la muerta, le respondió el coro de lamentos que escoltaba el carro. ¡Aaay! ¡Que se ha muerto mi niña! ¡Mi sol relusiente! ¡Mi cachito durse!...

La semana anterior estaba cosiendo y arreglando la cenefa del vestido que se había roto, cuando entró aquel hombre, y bruscamente le dijo: ¿Qué haces ahí...? Siempre pensando en componerte. ¿Para qué te ocupas en esas fruslerías?

Mendieta quedó allá sin el navío; presto feneció, triste y lloroso: Estotros placenteros con contento De Santa salieron con buen viento. A la Asumpcion llegaron victoriosos, Pensando que hicieron grande hazaña, A donde los recibe muy gozosos, Como si vueltos fueran ya de España.

Puede usted... es decir... yo creo que puede ayudarme. Y vamos al asunto. Sabe usted, como yo mejor que yo quizá que Carlitos, mi nieto, se ha enamorado como un loco de Inesita, la niña de Clotilde Rodríguez de Garaizábal. Mi nieto no vive, no duerme, ni descansa, pensando en ella. Está desesperado, aunque ello sea impropio de la compostura y serenidad propias de los Nuezvanas.

Y pensando en la niña de la pobre viuda, que no había salido aun del colegio, donde la tenía por merced la Directora, se entró Lucía, sin volver ni bajar la cabeza, por las habitaciones interiores, en tanto que Juan, que amaba a quien lo amaba, la seguía con los ojos tristemente. Juan Jerez era noble criatura.