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Sigue, sigue dándome esas pruebas de tu ateísmo, y los pobres te bendecirán... ¿Ateo ? ¡Ni aunque me lo jures lo he de creer!». Moreno se sonreía tristemente. Tal entusiasmo le entró a la santa, que le dio un beso... «Toma, perdido, masón, luterano y anabaptista; ahí tienes el pago de tu limosna».

El catalán terminaba hablando tristemente de la decadencia de la marina mediterránea: combates aislados con los berberiscos de galera á galera; expediciones inútiles á la costa de África; hazañas de Barceló, el marino mallorquín; navegaciones comerciales en polacras, tartanas, pingües, londros, laúdes y canarios.

Azorín, horrorizado a la sola idea de conocer a López Silva, se ha apresurado a protestar. ¡Oh, no no, tampoco! Entonces el viejo ha movido la cabeza como conformándose con su desgracia, y ha exclamado tristemente: ¡Todo sea por Dios! Este viejo ha venido esta mañana en el tren; esta noche regresará a su casa.

Era la frialdad que se esparce entre los compañeros de un día cuando se acerca la hora de la separación y cada uno se va por su lado para no verse más. Las palabras pendían tristemente, como pedazos de hielo, sin levantar eco en su caída. A cada vuelta de las ruedas, la imponente señora era más reservada y silenciosa. Todo lo había dicho.

El millonario movió tristemente la cabeza. ¡La familia! ¡Su mujer! También esta retirada era imposible por culpa de aquella mala hembra.

Madama Norton comenzaba el preludio del vals. ¡Y bien! dijo Pablo, llegando alegremente, ¿es con él o conmigo, señorita? Con vos respondió tristemente ella, sin separar los ojos de Juan. Estaba muy turbada, y contestó eso sin saber lo que decía. Mas en seguida sintió haber aceptado. Habría deseado quedarse al lado de él... pero era demasiado tarde. Pablo le tomó la mano y la arrastró.

Tres años despues que pasó el emperador á Andalucía, cuentan que al ver lo que se habia destruido dobló tristemente la cabeza y manifestó un profundo sentimiento por haber otorgado su permiso; mas ¿de qué podian servir entonces sus estériles é infundadas quejas? ¡era ya tarde!

Gonzalo sintió apretársele el corazón. Guardaron silencio obstinado un buen rato. Al cabo don Melchor dijo: ¿Vienes a cenar, Gonzalito? Ahora no tengo apetito, tío; allá iré un poco más tarde. Bien, pues hasta ahora pronunció tristemente el señor de las Cuevas. Y se alejó lentamente en dirección de tierra, perdiéndose a poco entre las sombras.

Pues ¿qué ha dicho? Ayer mismo me dijo: «Si yo faltara pronto me olvidaríais, hasta papá: el cariño no es tan mentira como el amor, pero también es un sentimiento terrenalFlora siguió hablando largo rato, don Gaspar la escuchó sin poder disimular la pena que se le asomó a los ojos, y luego murmuró tristemente: ¡Veremos!

Tristemente fue Luis hacia ella para verse agarrado por unos brazos que le apretaron convulsivamente y sentir una boca ardorosa que buscaba la suya, implorando perdón, al mismo tiempo que en una mejilla recibía la tibia caricia de las lágrimas. Di que me perdonas; dilo, Luis, y tal vez no me muera.