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Miraba en torno suyo, extraviada, como ausente; parecía no comprender ni ver. ¿De quién era esta arma? la preguntó el magistrado. Suya. ¿Podía alguien tomarla? ¿Dónde la tenía? Encerrada, escondida. ¿Ve usted dijo otra vez el juez, volviéndose hacia el joven que nada confirma sus acusaciones? ¿Insiste usted en ellas?

Pudo consistir en la fuerza del empuje de los dos aliados, en debilidad o terror de la víctima, o en encogimiento, por cálculo, de Pepe Guzmán... o en las tres cosas juntas; pero la verdad es que el banquero se salió con la suya, aunque un poco tarde, y aceptando unas condiciones, impuestas por la interesada, de padre y muy señor mío.

La división del drama en cuatro jornadas, parece haber sido invención suya. Más importante que ésta es otra, de que no habla en su Ejemplar poético.

El talento de este autor no era original, ni vigoroso lo bastante para crearse una esfera de acción, en la cual, como en territorio suyo, reinase sin obstáculos; al contrario, se dejaba influir, ya de éste, ya del otro motivo, y de aquí que sus escritos recuerden siempre, y no en ventaja suya, modelos anteriores.

Sin recordar la suya hacia el pobre viejo paralítico que Dios le había dado por esposo, ni pensar en que su falta había truncado la vida del conde, amenazado de morir en la soledad, sin familia que endulzara sus últimos días, hacía pesar sobre él toda la responsabilidad del delito y toda la amargura que ahora sentía al desprenderse del único placer que la acariciaba en aquella lúgubre y monótona existencia. ¡El único placer!

Diose al fin por satisfecha de sus ensayos, y con los renglones de cadeneta y la letra de patitas de mosca, que no tenía con la suya ordinaria el más remoto punto de contacto, púsose a escribir una carta, en un pliego de papel sencillo, sin timbre ni inicial alguna. La carta no fue larga, y en el sobre decía: EXCMO. SR. GOBERNADOR CIVIL DE Madrid

Oranteo, hijo del rey de Hungría, ama á Laura, joven dama de singular belleza, pero cuya condición no es igual á la suya, y tiene de ella dos hijos. El Rey se opone á que se case el Príncipe con Laura, proyectando enlazarlo con otra Princesa. Para lograr su propósito, intenta enemistar á los dos amantes, y se enamora de Laura, á quien no conoce por su verdadero nombre.

Llaméle a poco rato; le enteré de lo convenido con Tona y su madre; hizo dos zapatetas y se dio dos puñadas en los carrillos; le encarecí la obligación en que estaba de ser más prudente que nunca en lo tocante a su noviazgo, si quería que no se le cerraran las puertas de la casa y le regalara yo en su día el ajuar de la suya; y se fue dando zancadas, riéndose solo y tapándose la boca con las manos en señal de acatamiento a mis recomendaciones, después de pedirme permiso, que le di, para recabar de Tona y de su madre la confirmación verbal de lo acordado conmigo... y para «entrar en la casa» todas las noches, y «si a mano venía», para hablar con la mozona alguna que otra vez con los debidos respetos.

Necesitaba para que todo eso saliera a la superficie, para darse cuenta de ello, que fantasía más poderosa que la suya provocase la actividad de su cerebro; la elocuencia de Mesía, insinuante, corrosiva, era el incentivo más a propósito.

Pero ya que me habéis amenazado, yo, que si estoy obligada á ser vuestra ante los hombres, no lo he estado ni lo estoy ante Dios ni ante vuestra conciencia, os declaro que tengo un esposo del corazón; que digna y honrada he sido de ese esposo, por más que yo no se lo haya confesado; que suya seré únicamente, y no vuestra ni de ningún otro.