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Entonces, sabiendo que ha conseguido usted leer el secreto escrito en esas cartas, han intentado sellar sus labios para siempre exclamó al fin, en una voz dura y mecánica, casi como si hubiera estado hablando consigo misma. ¡Ah! ¿no se lo previne en mi carta? ¿no le he dicho que el secreto está tan bien e ingeniosamente guardado, que no conseguirá nunca saberlo o sacar provecho de él?

Quevedo abrió la linterna, y Juan Montiño, doblando la carta que su tío había recibido de palacio, y dejando sólo ver el primer renglón que decía: «Tenéis un sobrino que acaba de llegar de Madrid...» mostró aquel renglón á Quevedo. ¡Y es letra de mujer! dijo éste. ¿Pero no la conocéis? No repuso Quevedo guardando la linterna.

-Así fuera -respondió Sancho-, si no la hubiera yo tomado en la memoria cuando vuestra merced me la leyó, de manera que se la dije a un sacristán, que me la trasladó del entendimiento, tan punto por punto, que dijo que en todos los días de su vida, aunque había leído muchas cartas de descomunión, no había visto ni leído tan linda carta como aquélla.

Estuvo tres sin salir de su cuarto, sin probar apenas manjar alguno de los que Cecilia le llevaba, y, lo que es aún peor, sin lograr conciliar el sueño. Con los ojos abiertos y extáticos, se pasaba horas y horas tendido en su lecho, mirando a las tinieblas. En la noche tercera, a eso de las tres, encendió luz, se vistió y se puso a escribir una larga carta a su tío.

Para acabar de ponerle de mal humor, el tío Manolo recibió una carta del director del colegio noticiándole que Miguel se descuidaba mucho en sus estudios hacía ya algunos días. Esto ocasionó una muy fuerte desazón entre tío y sobrino.

Preséntase Don Fernando, y cuenta á su hermana la desgracia ocurrida; sabe que Don Juan ha sido preso por él, y resuelve entonces delatarse, á fin de que no padezca el inocente; Leonarda, sin embargo, lo convence á que aplace por algunos días la realización de su proyecto, porque intenta escribir una carta al prisionero, á quien no conoce, fingiendo ser una dama que lo ha visto al pasar hacia la cárcel, enamorándose de él.

Adolfo miró a Coca... miró a Laura... miró la carta... miró al jardín... y repuso, cómicamente trágico: ¡Con el capitán Pérez! No quedaba la menor duda. En la carta leída varias veces sucesivamente y en voz alta por los tres hermanos hasta aprenderse el párrafo de memoria, Ignacio decía bien claro: «Se nos conceden unas cortas vacaciones que aprovecharé yendo a visitarlos al Tandil.

28 y que estos dos días serían en memoria, y celebrados en todas las naciones, y familias, y provincias, y ciudades. Estos días de Purim no pasarán de entre los judíos, y la memoria de ellos no cesará de su simiente. 29 Y la reina Ester hija de Abihail, y Mardoqueo judío, escribieron con toda autoridad, para confirmar esta segunda carta de Purim.

Acabada la lectura, se quitó el ermitaño los espejuelos, y dijo con voz reposada: No es justo, ni conveniente, ni posible ¡oh Princesa Venturosa! que sepas todo lo que en esta abominable carta se encierra. No es justo ni conveniente, porque hay en ella tremebundos y endemoniados misterios.

Salieron ambos, y ya en la acera, a pocos pasos de la puerta, el joven, ansiosamente, pidió la carta, que le entregó Agapo con precaución, contando las fatigas que le había costado conseguirla.