United States or Saint Barthélemy ? Vote for the TOP Country of the Week !


Cuentan profundos doctores que hubo otros tiempos mejores yo no cuándo sería en que el hombre en paz vivia sin penas y sin dolores. Yo, Mercedes, imagino que esto es cuento y nada más, pues del mundo en el camino, de ese tiempo peregrino ninguna huella verás. Mas, cuando me lo dijeron, pensando en los que vivieron aquella edad de ventura, exclamé con amargura: «¡Qué desventurados fueron

En aquella voz reconocí la del capitán. , aquí estoy esperándoos le dije. Pues ven conmigo y no te detengas, que el viento es favorable y vamos á zarpar. Acerquéme á él, y él me asió de una mano y me llevó hasta la barca. Su mano temblaba. Luego me asió de la cintura para meterme en la barca. Sus brazos temblaban también, y su corazón latía con fuerza.

Gente de antecedentes ignorados, pero resuelta y hecha como para el género de vida que iba a emprender. En unos pocos años aquella sociedad, bizarramente cosmopolita, hizo todo lo que en el resto de la tierra se ha organizado poco a poco, a través de los siglos; esto es, se ordenó, se dio una ley y una administración.

Fue en Venezuela, en aquella costa de Cumaná, de horrible memoria, donde se levantó la voz de Las Casas, llena de sentimiento de humanidad más profundo. El que haya leído el libro del sublime fraile, que es el comentario más noble del Evangelio que se haya hecho sobre la tierra, sabe que ningún pueblo de la América ha sufrido como aquél.

Tres días tuve que estar en constante espionaje; el primero, oculto detrás de mis cortinas, porque temía asustarla dejándome ver súbitamente; al otro día ya la contemplé pegado a los cristales, pero aun no me atreví a abrir mi ventana; al tercero ya la abrí, y observé gozoso que no la espantaba mi osadía. Aquella misma tarde la vi echarse sobre los hombros un chal, y abrocharse las botas.

Pues en su lugar había un prado que cogía parte de la plaza de San Francisco. Allí jugábamos al jito, y á la catona, hasta sudar la gota de medio adarme; también jugábamos á las guerrillas y al rodrigón, juegos muy en uso entonces que los había traído un salmista de Cervatos, emigrado por cierto pique que tuvo con un prebendado de aquella Colegial.

Hallábase en el suelo, en postura semejante a la que toman los chicos revoltosos cuando están jugando, y ora sentada sobre sus pies, ora de rodillas, no daba paz a las tijeras. A su lado había un montón de pedazos de lana, percal, madapolán y otras telas que aquella mañana había hecho traer a toda prisa de Villamojada, y corta por aquí, recorta por allá, Florentina hacía mangas, faldas y cuerpos.

¿Zabe uzté cómo llaman las monjas en mi país a este pezcao? me preguntó mi compañero, cortando un trozo de japuta y llevándoselo a la boca. Le miré sin contestar: El pezcao del nombre feo. Y dejó escapar al mismo tiempo aquella risita equívoca, parecida a un chillido nacido y apagado en la garganta y que era en él la suprema explosión de alegría.

Era que salíamos ya de la Ciudad Nueva para entrar en los barrios del duque Miguel, y aquella precaución del General me indicó con más claridad aún de lo que hubieran podido hacerlo las palabras, cuál era el estado de la opinión en aquella parte de la ciudad. Pero ya que el hado me había convertido en Rey, lo menos que podía yo hacer era representar dignamente, mi papel.

Esta decadencia, que no podía atribuirse a los estragos de la guerra, que nunca asoló aquella provincia, era efecto inmediato de los vicios, o más bien de la incompatibilidad del nuevo régimen que se estableció en los pueblos de Misiones con el genio desidioso y apático de sus habitantes.