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Frígilis había advertido a don Víctor, al ponerle la cruz al pecho, que a doña Anuncia la enamoraban los discursos que no entendía y las condecoraciones. Quintanar mientras hablaba se sentía en ridículo; pero la vieja estaba fascinada. «Don Frutos, pensaba ella había aplastado terrones en los suburbios de Vetusta, doce años antes; se acordaba de haberle visto en mangas de camisa».

Ella se había visto con su traje de baño, sin mangas, braceando en el río, a la sombra de avellanos y nogales, y en la orilla estaba el Magistral con su roquete blanquísimo, de rodillas, pidiéndole, con las manos juntas, que no arrojase la pepita de oro. La elocuencia era aquello, hablar así, que se viera lo que se decía.

Las mangas de goma iban de uno a otro gigante como tentáculos absorbentes que chupaban la esencia de su vida. El estallido de una de estas torres podía inundar de pronto con mortal oleada todo el almacén, ahogando a los hombres que conversaban al pie de los conos.

Le empujó hacia la escalera, poniéndose un dedo en los labios en señal de silencio y prudencia, y Andrés subió en calcetines y en mangas de camisa, como le había sorprendido durmiendo aquella tentación monstruosa.... Al ver el mozo cómo la puerta cerrada le aseguraba la presa, se rehizo sobre sus piernas, no muy fuertes, y avanzó de nuevo hacia Carmen con los brazos extendidos.

La verdad es que contemplaban con espanto a un hombre, plantado en medio del puente, espada en mano. Era Ruperto Henzar, en mangas de camisa, ensangrentada ésta sobre el pecho; pero su aspecto resuelto y erguido cuerpo, me indicaron desde luego que estaba ileso o cuando más levísimamente herido.

Y en esto me quita él mismo el frac, velis, nolis, y quedo sepultado en una cumplida chaqueta rayada, por la cual sólo asomaba los pies y la cabeza, y cuyas mangas no me permitirían comer probablemente. Dile las gracias: al fin el hombre creía hacerme un obsequio.

Cuando veía a los habitantes de los barrios más populares posesionados de las aceras, ellos en mangas de camisa, ellas muy a la ligera, los chiquillos medio desnudos enredando en el arroyo, creía hallarse en un pueblo de moros, según la idea que tenía de las ciudades africanas.

Es que sentía un cierto consuelo en confeccionar ropas de niño y en suponer que aquellas mangas iban a abrigar bracitos desnudos. Ya había hecho dos visitas al asilo de la calle de Alburquerque y acompañado una vez a Guillermina en sus excursiones a las miserables zahúrdas donde viven los pobres de la Inclusa y Hospital.

Durante la noche vió, al asomarse por tres veces, la fila circular de hogueras en torno de las cuales dormían los soldados, y sobre la techumbre del edificio los aviones, que abrían de vez en cuando sus ojos enormes, paseando sobre la tierra mangas de luz.

Una vez en mangas de camisa ante su lecho, consideró que era un contratiempo serio la enfermedad de su queridísima Ana. «