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Actualizado: 31 de mayo de 2025


A través de los fustes rectos de la arboleda se veían cinco goletas, inmóviles en el horizonte, con el velamen caído. Una cinta de humo acompañaba las evoluciones de un torpedero sutil rondando como perro protector en torno de este rebaño blanco y tímido. Al asomarse á los balconajes de piedra se veía el mar á una profundidad enorme.

Durante los cuatro últimos días de la primera semana que pasó don Cándido en Santa Cruz de Lugarejo no dejó de asomarse para contemplar a los canteros, y si alguien le observase de cerca, acaso por la emoción reflejada en su rostro, pudiera sospechar que aquella tarea dura y penosa despertaba en el alma del cura una emoción dulce y compasiva.

Salir a la puerta es asomarse, un poco indeciso, un poco hastiado, mirar al cielo, escupir, saludar a un transeúnte, auparse el pantalón... y volverse adentro, hasta otra media hora, en que volver a salir, también cansado, también indeciso, a escudriñar la monotonía del cielo y la soledad de la calle.

El aire tibio llegaba del jardín saturado del aroma de las flores; pero predominaba un sutil perfume, más vivo que los otros, que más que ninguno me impresionaba al percibirlo, recuerdo inequívoco de Magdalena. Llegué hasta la ventana: a ella tenía costumbre de asomarse Magdalena.

Considerábanla de poco entendimiento, docilota y fácilmente gobernable. Verdad que en todo lo que corresponde al reino inmenso de las pasiones, las monjas apenas ejercitaban su facultad educatriz, bien porque no conocieran aquel reino, bien porque se asustaran de asomarse a sus fronteras.

Algún español hubo de visitar la ermita, porque en un muro alcancé á ver cierta interjeccion característica. Al asomarse por alguna de las ventanas se descubre al frente un bellísimo paisaje, pero se siente vértigo al sondear con la mirada el abismo. El Sarina se desliza en el fondo, limpio y silencioso, á mas de 100 metros de profundidad.

Sagrario fue también, a instancias de su tío, que tuvo casi que arrancarla de la máquina. Algún rato de esparcimiento había de gozar; la convenía asomarse al mundo de tarde en tarde; se estaba matando con aquella vida de abrumadora laboriosidad. Todos se sentaron en la galería. El zapatero había llevado a su mujer, siempre con un pequeñuelo agarrado a la flácida ubre.

Giró sus ojos recelosos, inspeccionó minuciosamente los contornos y se retiró en seguida; volvió a asomarse y otra vez se retiró, como si espiase la llegada de un ladrón. El ladrón llegó, en efecto.

Algunos que avanzaban abombando el pecho con aire de reto y la cabeza descubierta sentían en torno de su frente el trágico despeinamiento de Medusa: un llamear de cabellos echados atrás, como si una fuerza invisible intentase arrancarlos. Transcurrían ahora largos espacios de tiempo sin que los vidrios reflejasen el paso de una persona. Pero algo nuevo vino a asomarse a la vez a todos ellos.

Por encima de los arcos claustrales, sobresalía el techo de la capilla con sus acanaladas tejas negruzcas; y el campanario la cúpula redonda esmaltada de azul, parecía asomarse con indiferencia al desconcierto vulgar del mundo. Al silencio del jardín los ruidos de la calle llegaban como venidos de una región extranjera, lejana.

Palabra del Dia

irrascible

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