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A las siete y media de la mañana metí el bote á bordo, y á las ocho y cuarto me hice á la vela con viento ONO medianamente fresco.

Estaba el señor Goicochea á media mañana, trabajando en su despacho contiguo al de Sánchez Morueta, cuando se incorporó en el asiento con sorpresa, viendo entrar á su principal.

Estamos en casa á las diez y media, despues de siete horas de fiacre. Mi mujer dice que nuestro gran viaje comenzó al llegar á Paris. Tambien tiene razon. Las mujeres tienen razon en muchas cosas. Yo acabo esta revista cerca de la una, y así doy fin al dia tercero. =Día cuarto=. Artículo, recuerdos, pesares.

No contestó don Jacobo, la dejé en el vado Scott. No llegará hasta dentro de media hora. Dime, ¿qué tal marcha la suerte, Moreno? ¡Pésimamente mal! dijo Moreno con repentina expresión desesperada.

Después de media hora de lucha, los dos volvieron a la Rectoral; entró él, ella detrás y cerró por dentro después de decir a un perro que ladraba: ¡Chito, Nay, que es el amo! Paula fue el tirano del cura desde aquella noche, sin mengua de su honor. Un momento de flaqueza en la soledad le costó al párroco, sin saciar el apetito, muchos años de esclavitud.

Felipe de Auvray lanzó un grito agudo, desgarrador, indefinible, y sin saludar, sin despedirse de nadie, huyó de aquella casa como un loco, y un momento después el simón llevaba al desesperado mozo camino de París. El desdichado Felipe había llegado, como siempre, con media hora de retraso. Era el día 1.º de agosto.

La justicia no se descuidaba de buscarnos; rondábanos la puerta; pero con todo, de media noche abajo rondábamos disfrazados. Yo, que vi que duraba mucho este negocio, y más la fortuna en perseguirme no de escarmentado, que no soy tan cuerdo, sino de cansado, como obstinado pecador , determiné de pasarme a Indias a ver si mudando mundo y tierra mejoraría mi suerte.

Desde media noche sintió Maxi un entorpecimiento particular dentro de la cabeza, acompañado del presagio del mal. La atonía siguió, con el deseo de sueño no satisfecho y luego una punzada detrás del ojo izquierdo, la cual se aliviaba con la compresión bajo la ceja. El paciente daba vueltas en la cama buscando posturas, sin encontrar la del alivio.

Aún podía ofrecer un testimonio más importante: el doctor Ojeda, que la había encontrado a la una y media, cuando él se retiraba a su camarote, acompañándola hasta las tres. ¿Cuándo iba a terminar de martirizarla este malvado?... La madre tomaba partido por el hijo, mirándola a ella con ojos iracundos. Era la vergüenza de la familia: los iba a matar a disgustos. «Papá... papá», imploraba Nélida.

La pasión de lo útil, un sensualismo omnipotente, invade a la sociedad española, y muy singularmente a esa clase media que en la primera mitad del siglo tantas y tan gallardas muestras dio de su amor a lo justo y a lo bello.