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Yo fuí a la fragata a dirigir la maniobra y a ponerla en franquía, fuera de todos los barcos de la bahía de Cádiz. De allí volví en el bote. Me encontraba en la mayor incertidumbre. Un acontecimiento, a pesar de su lógica no esperado por , acabó, no precisamente de una manera agradable, mis vacilaciones. Una mañana se presentaron en mi hotel dos caballeros, de parte del marqués de Vernay.

El hombre rebuscaba en libros arábigos combinaciones de simples que Gulinar, la vieja morisca, iba a coger en el contorno; y Aixa lavaba y vendaba la herida con manos embalsamadas de amor. Un ungüento, traído de la China hasta Arabia por los soldados, y de Arabia hasta Occidente por los mercaderes, y que el moro aquel guardaba en precioso bote de marfil, operó el prodigio de su mejoramiento.

Entraban nuevas señoras, llenábase la capilla de bote en bote y apiñábanse las rezagadas contra las que habían llegado antes, sin que ninguna quisiera ocupar el sitio vacío al lado de Currita.

Nada me quedaba por hacer aquella noche sino ponerme en salvo y ocultar el cadáver del centinela, cuyo hallazgo en aquellas circunstancias hubiera puesto en guardia a mis enemigos. Desaté el bote y subí a él. El viento soplaba con violencia y nadie podía oír el ruido de los remos.

A las tres de la tarde llegó el bote con 10 hombres, y los restantes se quedaron abriendo dichos pozos: volvió á reciar el viento tanto, que no fué posible mandar el bote en busca de la gente á tierra, el que me fué preciso meter á bordo porque no se fuera á pique. Siguió el temporal toda la noche.

Por encima de las techumbres de los almacenes vió un patio donde estaban puestas á secar enormes cantidades de carne convertida en cecina. A puñados arrebató esta reserva alimenticia, arrojándola en el cesto que había sacado del bote. También limpió otro patio de los víveres que guardaba formando montones, y los depositó en el mismo cesto sin ningún orden.

Un simple bote salvó el obstáculo de la muralla divina, trayendo hasta nuestras costas á Eulame y á un Hombre-Montaña viejo, seco de cuerpo, con barba blanca, que supongo debió ser su estudioso protector.

Y como recobró Leiva su lanza, Habiendo á Tabobá muerto, con priesa Revuelve Abayubá sobre él, y lanza El mozo un bote tal que le atraviesa El ombligo, y el indio se abalanza Por la lanza adelante, y hace presa Con el diente en la rienda, de tal suerte, Que la corta, y fenece con la muerte.

A las ocho de la mañana eché el bote al agua, y lo mandè en busca de la gente á tierra, y de todos ellos solo el contra-maestre y un marinero pudieron pasar el pantano para embarcarse en él, y los restantes, temiendo quedar ahogados en el fango, no se determinaron á pasar el pantano que mediaba entre ellos y el bote: los dos marineros, Eusebio Gonzalez y Manuel Alcain, al amanecer volvieron á emprender la descubierta del Rio Colorado, á los cuales les habia yo dado la señal de los dos árboles mencionados arriba.

Volví a nadar lentamente, y a tres pasos vi una sombra; era el enorme cilindro que saliendo de la ventana llegaba a flor de agua. Su diámetro era, aproximadamente, doble que el cuerpo de un hombre. Iba a acercarme más, cuando divisé al otro lado del tubo la proa de un bote. Mi corazón latió con violencia y permanecí inmóvil.