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Los almacenes de todos estaban vacíos, el chacarerío arruinado, sin algodonales ni cosa que les pudiera producir para su subsistencia.

De las oficinas y almacenes no se conservaban en pie sino un piso casi derrumbado y algunas paredes ennegrecidas, en una de las cuales habían quedado intactos dos o tres cuadritos, con fotografías malas, y un impreso en papel amarillo, con las horas de entrada y salida de los trenes.

Y el viejo se indignaba de veras, como libertino rústico y ducho que adoptaba toda clase de precauciones para no comprometerse en sus debilidades con la chiquillería de los almacenes de naranja. Sentía furor y tal vez envidia al ver aquella pareja sin miedo a la murmuración, inconsciente ante el peligro, burlándose de toda prudencia, ostentando su pasión con la insolencia de la dicha.

Las modistillas, al salir de los obradores, y las señoras, de vuelta de los almacenes, lo atravesaban para ganar terreno.

Lo había adquirido en los almacenes del Louvre, entusiasmada por su baratura y hermosa encuadernación. ¡Adorable Teri! ¡Siempre mujer! Ella, a la que concedía Fernando más talento que a muchas hembras literarias, compraba sus libros en las tiendas de modas entre una pieza de encajes y una docena de guantes. Era una traducción francesa de las tragedias de Esquilo.

Una puerta de calle sobre dos caballetes de troncos era una mesa. Las bóvedas y paredes estaban tapizadas con cretona de los almacenes de París. Fotografías de mujeres y niños adornaban las paredes entre el brillo niquelado de aparatos telegráficos y telefónicos.

El viejo está a tus órdenes. Te llaman Jacob, y no obstante tu nombre es Plock, ¿no es cierto, anciano? Es verdad. Que el ángel me toque con el dedo si yo miento. Bien, señor Plock; ¿tiene usted unos almacenes cuya entrada da a la playa, cerca de la ensenada de Betim'Sah? Es verdad. Que el ángel me toque con el dedo si yo miento.

Los almacenes jenerales de provisiones de Manila, muy útiles en su oríjen, son ya en el dia en estremo gravosos al erario por su nulidad, y perjudiciales al fomento de la riqueza comun de los vecinos. Se hallan bajo la inmediata inspeccion, gobierno y responsabilidad de un guarda-almacen mayor, inmediato subalterno de los señores contador y tesorero jeneral, ministros de la hacienda pública.

Finalmente se ha hecho presente al Rey que el administrador jeneral del vino y los oficiales reales de esa capital tienen dos falúas á costa del real erario, las que ocupan en sus viajes y diversiones; que el guarda-almacen que tienen dichos ministros hace considerables acopios de maderas que se pierden; que en los almacenes existen efectos de gran valor comprados sin necesidad, y que lo mismo sucede en la real botica, por la condescendencia que los oficiales reales tienen con sus subalternos de ella.

Una de las cosas que no comprendemos es el por qué las conducciones de efectos estancados que se asignan á la provincia no se llevan por Pagbilao. Los fletes son baratísimos, y en las licitaciones lograría gran beneficio el Estado de hacerse allí la conducción. Hoy se llevan los efectos á los almacenes de Pagsanjan, en la Laguna, y de aquí á Lucban.