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Mire su paternidad prosiguió el niño . Yo he sido mancebo de la botica de don Silverio, y tengo la farmacopea en la punta de la uña. Con dos mil pesos ponemos una botica que le eche la pata encima a la del Gato. ¡Con tan poco, hombre! balbuceó el juandediano. Y hasta con menos; pero me fijo en suma redonda porque me gusta hacer las cosas en grande y sin miseria.

Pues este chico, a quien usted debió conocer la última vez que estuvo aquí, aunque de prisa, así de pequeñuelo, correteando por la botica... eso es... porque no salía de ella en todo el santo día de Dios... parecía un muñequito... ¡tan redondito y tan blanco!... vamos, un muñequito de porcelana... ¡con unos ojazos negros!... No, y conservar los conserva, aunque no parecen tan grandes ahora... Verdad que, como le ha crecido la cara... eso es.

Tomé por las calles más apartadas y solitarias, temeroso de que las gentes me vieran a caballo. «¡Charrito de barro, charrito de agua dulce!... dirían. ¿De cuándo acáLa idea de que podía yo ser objeto de risas y de burlas me atormentaba cruelmente. Ya me parecía oir a los murmuradores villaverdinos en la botica de don Procopio. ¿Saben ustedes la gran noticia?

Cerca ya de él, le alcanzó Leto y le dijo: Lo que acaba usted de saber en la botica no es ni sombra de la verdad; y como quiero que usted la conozca, porque me parece que debe de conocerla, y aquí no podemos hablar en reserva, lléveme usted a su casa, si tiene un cuarto de hora disponible.

De ciertos atrevimientos que yo tenía y tengo respecto a usted, no quiero decirle nada, porque se nos va a hacer santa... Aunque todo podía conciliarse, me parece a , ser santa y querer a este hijo de Dios... Pero en fin, vuelvo la hoja. ¿Sabe usted que si me descuido pierdo mi colocación en la botica de Samaniego?

Vea, Garona, tiene que preparar una buena comidita para don Melchor y esos mozos, ¿sabe? decía Baldomero al dueño de casa, casa que aventajaba sin duda a la más surtida y completa de las de la misma capital, pues era hotel, tienda, ferretería, almacén, bar y... ¡botica! todo junto, bajo la conspicua dirección de su dueño, Saverio Garona, italiano gordo y bonachón que usaba alpargatas y chambergo.

Eso es otra cosa. ¡Así! y mi tía juntó los dedos de la mano derecha, y los movió como para indicarme una multitud de personas. En Pluviosilla, prosiguió ¡muchos! Un español rico; un mancebo de botica muy burlón y endiantrado, capaz de reírse hasta de su sombra; un colegial muy guapo, que le hacía versos; otros, y otros. Aquí... aquí.... ¿Quién? Uno nada más. ¿Quién?

Más respeto, canalla, más respeto añadió Nazaria, tomando a su vez la rama y azotando suavemente a la estampa de la Muerte .... Señor cura, no haga su merced caso, y dígame si para mi mal debo tomar una medicina que me han recomendado. ¿Cuál es?... No es cosa de la botica, sino del cielo. No entiendo. Es cosa santa. Es un polvillo que dicen se saca de la cueva en que hizo oración San Ignacio.

Mientras D. Bernardo, por virtud de la riqueza heredada de sus padres, comenzó desde muy joven a figurar en la sociedad madrileña y a ser un factor indispensable en los salones y teatros, Hojeda veíase necesitado a seguir la modesta carrera de farmacéutico y a abrir botica, una vez terminada, en la calle de Fuencarral.

Pues está en Peleches sin remedio se dijo consternado . Mi desgracia es indudable. Enderezó los pasos hacia la botica; y al entrar en la plazuela, vio, entre las sombras del fondo, junto a la desembocadura de la Costanilla, un bulto negro que se movía hacia él. Es la silueta de don Claudio, pensó dirigiéndose a su encuentro. Lo era efectivamente.