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Yo soy espiritual, usted es linda; ahora sucede que soy yo, entre tantos otros, el llamado a desempeñar la importante función de hacerla reír a usted, yo que me deleito con la gracia amable de su sonrisa y el alegre encanto de todo su ser... Dígame, encantadora señora, ¿a quién prefiere usted, a o a este hermoso Martholl cuya plasticidad revoluciona a sus amigas?

Aunque me había dejado usted adivinar algo esta mañana, no podía yo sospechar en modo alguno la realidad. ¿Y usted? agregó, acompañándola hasta su asiento. Dígame: ¿Cuándo podré felicitarla yo a usted? ¿Felicitarme a ? ¿De dónde saca usted que pueda ocurrir tal cosa? ¿Es posible que llegue nunca ese caso? , Antoñita; casándose usted.

-Dígame, señor bachiller -dijo a esta sazón Sancho-: ¿entra ahí la aventura de los yangüeses, cuando a nuestro buen Rocinante se le antojó pedir cotufas en el golfo? -No se le quedó nada -respondió Sansón- al sabio en el tintero: todo lo dice y todo lo apunta, hasta lo de las cabriolas que el buen Sancho hizo en la manta.

Entonces, ella me hace ojitos... me mira dulcemente con sus ojos inocentes, con sus queridos ojos de color azul pálido, y murmura con voz lánguida: Usted es el hombre mejor y más noble del mundo; yo podría amarlo, adorarlo, pero... Pero, ¿qué? ¡Ah! ¡qué feo, qué bajo es todo esto!... Dígame que no quiere saber nada conmigo, que me desprecia. No merezco otra cosa.

Sacole de su intensa meditación la voz de Obdulia, que desde hacía algunos minutos le observaba. Vamos, padre, no piense usted más en eso, y dígame de verdad si no está a gusto aquí. ¿En qué no he de pensar, hija mía? respondió el sacerdote poniéndose levemente colorado, como si ya se lo hubiese adivinado.

Concluido el almuerzo, abandonamos la mesa y nos dirigimos al parque. Me quedé algo atrás con la Vizcondesa y le dije: Dígame, señora: ¿sigue usted creyendo que con la religión y los buenos principios no existen peligros para un matrimonio desproporcionado? Calle usted replicó, que se acerca el general.

, Mabel, otra vez estamos de vuelta le dije, estrechando su mano entre las mías y mirándola a los ojos. ¡He descubierto el secreto de su padre! ¿Qué? gritó con ansiosa sorpresa, ¿lo ha descubierto? Dígame lo que es... dígamelo insistió sin aliento.

Son tan grandes decía las mercedes que Dios la hace y tan apegadas sus razones al amor divino, que no cabe dudar. De su humildad y otras virtudes dígame cuanto quiera vuesa merced, señor capellán; pero de sus revelaciones muy poco, porque soy menos inclinado a creellas. Igual cosa decir a vuesa Paternidad, en cierta ocasión, de la madre Teresa de Jesús.

Es verdad. Cuénteme usted. Yo quiero que usted se corrija. Tal vez la falta es mucho menos grave de lo que usted mismo piensa. Tal vez no pasa de ser una ligereza trivial dijo con más ansiedad é interés Paula. Dígame usted; yo le daré consejos.... Cuénteme usted.

Únicamente soy feliz cuando pierdo la memoria... Ferragut, amigo mío, dígame ¡adiós! y no me salga más al paso. Pero Ferragut protestaba, como si le propusiese una cobardía. ¿Huir, amándola tanto?... Si tenía enemigos, podía contar con él para su defensa. Si deseaba riquezas, él no era un millonario, pero... Capitán interrumpió Freya , váyase con los suyos. Yo no he nacido para usted.