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¿Qué tienes... qué te ha dado? le preguntó la vizcondesa. ¡Estoy segura de que viene a vernos! ¡Qué disparate!... ¿Estás loca? ¡Ya lo verás! Tres o cuatro minutos después tocaron ligeramente la puerta del palco. La señora de Aymaret se levantó a abrir y Pierrepont entró. Saludó cortésmente pero con frialdad, y echó a su alrededor una mirada como extrañando encontrar solas a las dos damas.

La vizcondesa había estado arrodillada cerca de sin que la viese y advirtiendo cuando me levanté que dejaba el bolsillo se apresuró a recogerlo. ¡Lo que pudimos reír...! Al salir, en las escaleras de la iglesia tropezamos al marqués de Cabezón de la Sal, íntimo amigo del vizconde, y nos propuso dar una vuelta por la calle de Alcalá.

Las sospechas de la vizcondesa adquirían aún mayor cuerpo por esa intimidad que las lecciones de pintura habían establecido entre el artista y su amiga, acabando por creer la señora de Aymaret que la joven renunciara al convento desde el momento que se convenció de que su amor era correspondido por su parte, y, considerándose la señorita de Sardonne por demás afortunada en verse relevada de entrar en mayores explicaciones, dejó que su amiga perseverara en tales conjeturas.

De buena gana hubiera dado el brazo a Cecilia; pero ella ofreció el suyo a su esposo, y sólo quedaba la Vizcondesa. ¡Valiente compensación!... Me vi obligado a hablar de literatura y a enterarme de que la señora componía una nueva novela que deseaba leerme tan pronto como estuviese terminada. ¡A , que viajaba para divertirme!

Miss Nicholson había sido informada por la señora de Aymaret del viaje del marqués, pero con tantas reticencias que la joven americana no hubiera podido admirarse de una decepción; mas, ¿cómo justificar ante la vizcondesa aquella traición a la palabra dada, traición que despertaría necesariamente en la perspicaz señora sospechas fundadísimas?

La verdad era que las relaciones de Pedro con la mujer del pintor tomaban de día en día, merced a las facilidades del taller, un aire de intimidad que no entró en las previsiones de la vizcondesa y que comenzaba a preocuparla seriamente. Los recíprocos procederes de Pierrepont y Beatriz ofrecían ciertos síntomas acerca de los cuales nunca se engaña el fino olfato femenino.

Devorada por la fiebre, en espera día y noche de cualquier siniestro ruido, de cualquier trágico espectáculo, impulsaba la triste Beatriz a la señora de Aymaret con desesperada impaciencia a que diese el paso supremo de que dependía su última esperanza, mas la vizcondesa, prevenida ya por Pierrepont de que su matrimonio se efectuaría en próxima fecha, quería esperar para presentar su súplica al pintor así que el suceso se realizase.

Encontró a esta señora leyendo en el terrado que se prolongaba entre la puerta de su salón, mientras que sus dos hijos de blondas cabelleras jugaban a sus pies. ¡Dios mío! ¿qué sucede? decía la vizcondesa a Pierrepont que la saludaba ; ¿qué hay?... ¡Qué pálido está usted!... ¿Está usted malo?

Indiqué a la Vizcondesa que aquel matrimonio, tan ventajoso por otra parte, me inspiraba serios temores respecto a la dicha futura de su hija. No conoce usted a Cecilia, caballero, ni sabe usted qué clase de educación ha recibido. Ha estado en el Sagrado Corazón, como todas las señoritas de la nobleza a quienes conozco.

La vizcondesa clavó en él una mirada inquisitiva, Jacques púsose en pie tomando entre sus manos una de las de la dama... Hasta la vista, señora le dijo; luego, con la voz levemente conmovida : ¡Adiós, hija mía!