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Estas damas eran pocas; la mayoría pecaban por el extremo de la seriedad insulsa, y en cuanto se veían expuestas a la contemplación del público, tomaban gestos y posturas de estatuas egipcias de la primera época.

Y lo que más es de notar es que nunca nos enamoramos sino de pane lucrando, que veda la orden damas melindrosas, por lindas que sean, y así, siempre andamos en recuesta con una bodegonera por la comida, con la huéspeda por la posada, con la que abre los cuellos por los que trae el hombre.

Si no se puede sufrir a esa canalla. Hay que poner una horca en el Golfo de las Damas para colgar serviles, empezando por los de capilla y acabando por los de faldón. Deje usted que nos sacudamos a Soult, y los cananeos dejaremos a España como una balsa de aceite. ¿Y qué se sabe del lord? Va sobre Badajoz. Massena viene en retirada desde Portugal. Los franceses han abandonado a Campomayor.

Se despidieron; las damas salieron a la calle, y el Provisor entró, dejando atrás pasillos, galerías y salones, en las oficinas del gobierno eclesiástico.

Podría decirse, si la mitología clásica no hubiera pasado de moda, que un enjambre de cupidillos menores revoloteaba, cerniéndose sobre la mesa, disparaba flechas sutiles e invisibles y desasosegaba y punzaba con ellas a los galanes y a las damas. No por eso se alteraba la paz. Todos se arreglaban, acoplaban y componían. Nadie se sentía desairado ni se mostraba descontento.

A la vista de la isla de Madera, tomando el fresco sobre cubierta y bajo un toldo, se desayunaron aquel día Miguel y Tiburcio, ambas damas, el misionero Fray Juan y el viejo piloto. No hemos de seguir nosotros punto por punto a los viajeros. Pasaremos de largo cuando nada les ocurra de singular y memorable.

Ronzal parecía gallego cuando quería pronunciar en perfecto castellano. Mesía hablaba en francés, en italiano y un poco en inglés. El diputado por Pernueces tenía soberana envidia al Presidente del Casino. Ningún vetustense le parecía superior al hijo de su madre ni por el valor, ni por la elegancia ni por la fortuna con las damas, ni por el prestigio político, si se exceptuaba a don Álvaro.

Aquí, en donde el águila teatral brillaba, cubierta de oro, el oscuro murciélago hace su aquelarre de media noche. Aquí, en donde la cabellera dorada de las damas romanas flotaba al viento, se balancean ahora el cardo y la caña.

Paseando un día en el Prado, melancólico, encontró dos damas, callada la una y envuelta en un velo, y esforzándose la otra en acercársele, en hablar con él y en averiguar la causa de su tristeza.

Entretanto, las damas se habían adelantado ya curiosas por saber qué habría podido llevar allí al solitario tejedor en circunstancias tan extrañas e interesándose por la preciosa criatura.