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De modo que le estranguló oprimiéndole la garganta contra un tope de la mesana con un cabo de cuerda que flotaba. ¡Crimen inútil! sólo el pensamiento se extinguió en aquel cuerpo, porque los brazos del cadáver estrechaban siempre las rodillas del fratricida, hasta que desaparecieron los dos.

Se le llamaba y no se movía. «¿En qué piensas, Oliverio?», le preguntábamos; no contestaba a nadie y continuaba mirando sin decir palabra con aquella movilidad que constituía uno de sus atractivos, y aquella mirada extraña que flotaba en la semioscuridad del salón como una chispa imposible de fijar.

En la confusión de su delirio, y sobre el revuelto oleaje de su pensamiento, flotaba, como el único objeto salvado de un cataclismo, la idea fija del deseo que no había sido satisfecho; de aquella codiciada mula y de aquel suspirado buey, que aún proseguían en estado de esperanza.

La música sonaba, como todos los días, a las puertas del comedor; la lista de platos era la ordinaria; el salón no tenía adornos, y sin embargo las gentes se miraban con aire interrogante. Flotaba en el ambiente una promesa misteriosa: seguramente iba a ocurrir algo. Y la presunción de un suceso desconocido alegraba las miradas y provocaba las sonrisas.

Flotaba poderosamente, pero con una ligera contracción de su fuerte cola, pasaba de un lado a otro de la barca, y tan pronto se perdía de vista como reaparecía instantáneamente. Antonio enrojeció de emoción, y apresuradamente echó al mar el aparejo con un anzuelo grueso como un dedo.

Pensó que las corrientes podían haber arrastrado su cadáver desde el otro promontorio al lugar en que flotaba él. Tal vez lo tenía debajo de sus pies... Una fuerza irresistible tiró de ellos: sus manos paralizadas se soltaron del madero. ¡Tío!... ¡tío! Lo gritó en su pensamiento con el mismo balido miedoso que cuando era pequeño y hacía las primeras nataciones.

Unos cuantos metros más lejos, un yate blanco, armado en goleta, de poca altura sobre el agua y cortado para carreras, levantaba su chimenea amarilla por la que se escapaba un ligero penacho de humo: En el palo de popa flotaba la bandera inglesa y el movimiento de la tripulación en el puente indicaba que el navío tenía sus calderas encendidas y estaba pronto á marchar.

Unos ratos eran de silencio absoluto, otros flotaba sobre la atmósfera del sagrado recinto un murmullo apagado de rezos rápidamente dichos, y de cuando en cuando se oía hacia el exterior rodar de carruajes y tañer de campanas: hubo un momento en que, al levantar los que entraban el cortinón de la puerta, se oyó la música profana de un organillo que tocaba en la calle el brindis de La Traviata.

Separó los ojos de la mancha morada y los movió siniestramente en todas direcciones. Parecía buscar la víctima. Dejó vagar sus manos crispadas sobre la cama, apretando con fuerza la ropa. Quizá buscaba el arma. Pero ni la víctima ni el arma se mostraron. En vez de ellas, tropezaron sus ojos al pasar por la ventana con los almenados riscos de la Peña Mayor, que flotaba á lo lejos en el éter azul.

Sonó un zumbido de avión cerca de sus orejas y se puso en guardia; pero al ver que sólo era una máquina la que flotaba en el aire, sonrió satisfecho.