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Ahí la tienes en el centro del blanco, y así lo esperaba desde que la salir de tu mano. ¡Buen arquero, muchacho! Tirad siempre de la cuerda lentamente y por igual y soltad la flecha sin mover la mano, pero de pronto, dijo Simón.

Entonces, el señor Durand, el-calafate de a bordo, se aproximó, tomó el pulso al paciente; después, ensayando una mueca, se encogió de hombros e hizo un signo significativo a maestro Zeli. El gratel funcionó de nuevo, pero su sonido ya no era seco y restallante como cuando caía sobre una piel lisa y pulida, sino sordo y mate como el ruido de una cuerda que golpease una boya.

El hombre alto sentado junto a éste, dormía con el brazo pasado por la colgante correa, y apoyada la cabeza en ella, formaba como un objeto fofo e indefinible, parecía que se hubiese ahorcado a propio, y le hubieran cortado la cuerda que le había servido de instrumento.

El número sensacional era la lucha de la Linda con el oso. La chiquilla se presentó desnuda de medio cuerpo arriba y con unos pantalones de percal rojo. Linda se abrazó al oso y hacía que luchaba con él, pero el domador tiraba a cada paso de una cuerda atada a la nariz del plantigrado.

Precedidos por el alguacil, subieron algunos de ellos á los balcones de la plaza, ocupados en su mayor parte por mujeres. Otros tomaron sitio en primera línea, junto á la cuerda que marcaba un gran rectángulo limpio de gente en medio de la plaza, como liza donde se verificaban los juegos. Allí se hacían las apuestas de última hora entre los empujones de la gente.

Si doña Casta sabe que estas ausencias mías son para venir a visitar a la que le tomó las medidas a su niña, al instante me limpia el comedero. Por eso no puedo tirar mucho de la cuerda, y esta noche no vendré. Tengo que quedarme de guardia.

El Capitán, con la cuerda de la vela en las manos, la cabeza descubierta, los cabellos al viento, y pálido, pero resuelto, desafiaba con serenidad a la muerte, que le amenazaba por todas partes, y daba con voz segura las voces de mando.

Y tal maña dióse y a tales expedientes recurrió, que ocho días después sacó en claro que fraile y monja no eran sino conspiradores de carne y hueso, que se valían del disfraz para acercarse a la muralla y entablar por medio de una cuerda cambio de cartas con los patriotas.

Un día recibió el emperador un paquete que decía «El Ruiseñor» en la tapa, y creyó que era otro libro sobre el pájaro famoso; pero no era libro, sino un pájaro de metal que parecía vivo en su caja de oro, y por plumas tenía zafiros, diamantes y rubíes, y cantaba como el ruiseñor de verdad en cuanto le daban cuerda, moviendo la cola de oro y plata: llevaba al cuello una cinta con este letrero: «¡El ruiseñor del emperador de China es un aprendiz, junto al del emperador del Japón

Sus compañeros, ocultos tras la borda, no les escaseaban las chanzas y los consejos. Más alto, Fernán, más alto, que todavía no suben al abordaje. Pégate al arco, Renato; no parece sino que le tienes miedo ó temes que la cuerda te manche el coleto. Ten en cuenta el viento, y no desperdicies flecha.