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Desgraciadamente para ti. Teniendo corazón se sufre... Con un corazón de similor como el mío, todo importa poco... ¡Viva el similor!... ¡Viva el amor! respondí por lo bajo. ¡Qué gusto! exclamó Francisca muy contenta. Va a ser divertido ver a una enamorada de carne y hueso... ¿Me lo contarás todo, eh, Magdalena?... La niñada de Francisca me hizo reír, y prometí todo lo que quiso.

Los vinculeros y los abades siéntanse a una mesa con siete manteles, y llenan la andorga de pan trigo y chicharrones. Luego a dormir y que amanezca. ¡Jureles asados!....¡Sartenes sin rabos!....¡Una vieja con los ojos encarnados!... El loco tiene siempre hambre!.... ¡La furia de tus dientes me desvela! ¡Es duro como un hueso este rebojo!

La herida de la cabeza de la niña, era leve, pero profunda y grave la de la mano. Mustafá tenía casi roto un hueso. Amparo se vio obligada a quedarse en casa. Dos horas después, cuando estuvo más tranquila, la dije: No puedes volver a vivir con esa infame. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡no! ¡imposible! No puedes vivir tampoco conmigo. No, no; de ningún modo. Tampoco puedes vivir sola. ¡Dios mío! ¿y qué hacer?

Una cosa particular se observa en los cementerios de estos pueblos, y es que en las sepulturas se consumen los huesos de los difuntos, juntamente con la carne, de modo que cuando las abren todo está deshecho, sin encontrar calaveras, canillas, ni hueso alguno en ninguna.

Viéndoles juntos, se observaba extraordinario parecido entre el señor de la Lage y su sobrino carnal: la misma estatura prócer, las mismas proporciones amplias, la misma abundancia de hueso y fibra, la misma barba fuerte y copiosa; pero lo que en el sobrino era armonía de complexión titánica, fortalecida por el aire libre y los ejercicios corporales, en el tío era exuberancia y plétora; condenado a una vida sedentaria, se advertía que le sobraba sangre y carne, de la cual no sabía qué hacer; sin ser lo que se llama obeso, su humanidad se desbordaba por todos lados; cada pie suyo parecía una lancha, cada mano un mazo de carpintero.

Tras ellos, el postigo vuelve a cerrarse. ¡Bien mala cosa es la vejez! ¡Un hueso que nadie lo quiere roer, si no es la muerte! ¿Adonde iremos, señora Micaela?

Hablaban de cosas que nada tenían de espirituales, de lo caro que se estaba poniendo todo... La carne sin hueso, ¡quién lo había de decir!, a peseta; la leche a diez cuartos; el pan de picos a diez y seis, y de las casas no dijéramos; un cuarto que antes costaba ocho reales, ya no se encontraba por catorce.

35 Y el que lo vio, da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. 36 Porque estas cosas fueron hechas para que se cumpliese la Escritura: Hueso no quebrantaréis de él. Entonces vino, y quitó el cuerpo de Jesús.

Y una noche, reparando al cenar que Paula era mal formada, angulosa, sintió una lascivia de salvaje, irresistible, ciega, excitada por aquellos ángulos de carne y hueso, por aquellas caderas desairadas, por aquellas piernas largas, fuertes, que debían de ser como las de un hombre.

Quiero decir, antes que nos extraviemos entre sutiles metafísicas, que aún me parecen más inextricables que los laberintos de la botánica, que Luz, con su equilibrio de agentes íntimos, no era un reló que andaba bien, ni una soñadora que bebía vinagre y suspiraba por «el reposo de la tumba», sino una mujer de carne y hueso, con muy pocas ambiciones y muy apaciguados deseos; porque había en los ojos de su imaginación unas lentes que le presentaban los objetos exteriores con un colorido sumamente dulce y a una luz suave y tranquila, como la de un crepúsculo de otoño.