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553 Cumplí con mi obligación; no hay falta de que me acuse, ni deber de que se escuse, aunque de dolor sucumba: allá señala su tumba una cruz que yo le puse. 554 Andaba de toldo en toldo y todo me fastidiaba; el pesar me dominaba, y entregao al sentimiento se me hacía cada momento oir a Cruz que me llamaba.

Y cuando destruido y fatigoso el cuerpo vuelva hácia la madre tierra, ávido de reposo, ¿qué quedará de ? ¿Tras de la tumba, no habrá ya nada más? ¡Oh! : tras ella está la eternidad, dulce consuelo, que al grito del dolor mis labios sella. ¡Oh muerte! ¡Cuánto tardas! Yo te anhelo, y te espero temblando de alegría. No más dolor, más quejas ni más duelo. ¿Quién como yo? ¡La eternidad es mia!

De este modo la veleidad febril de los franceses ha estampado su huella, hasta en ese gran monumento, que basta y sobra para la honra de una nacion, y de una nacion grande. He aguardado á decir esto en la calle, léjos de la tumba de Napoleon, léjos de la capilla de San Gerónimo.

Le hemos metido vivo en una tumba tan segura como la que tendría estando muerto. Puede usted, pues, vivir tranquila. Será preciso solamente que tenga usted la energía que sabe demostrar cuando hace falta. Es usted, Lea, una verdadera mujer, capaz de todas las generosidades y de todas las infamias. Yo la adiviné y por eso la amo.

No me hago peor de lo que soy; pero si los demás no tienen la conciencia de mi decadencia, yo la tengo, indestructible. Este sentimiento disputaría la vida a la fe. Ante la tumba de la hermana de usted, cuando usted se hallaba lejos, cuando no sabía lo que sucedería entre nosotros, pensé en unirme a usted con un sentimiento fraternal. Ahora veo que aun esto nos está prohibido.

Un ser viviente había surgido entre las piedras de la tumba, y avanzaba hacia él arrastrándose. Esta manera de moverse no le pareció extraordinaria. También él vivía en este momento á ras de tierra. Como le era imposible levantar su cabeza del suelo, oyó cómo se aproximaba aquel ser viviente, pero sin poder verlo.

Debía caer en los primeros días de la primavera, a tiempo para que las lilas blancas pudiesen florecer sobre su tumba. La pobre joven presentía su destino y juzgaba sobre su estado con una clarividencia bien rara en los tuberculosos. Quizás hasta tenía sospechas del mal que minaba a su madre.

Viajero, si algún día escalas las montañas de Asturias y tropiezas con la tumba del poeta, deja sobre ella una rama de madreselva. Así Dios te bendiga y guíe tus pasos con felicidad por el principado. Y vosotras, sagradas musas, vosotras á quien rendí toda la vida culto fervoroso y desinteresado, asistidme una vez más.

La vega, desperezándose voluptuosa bajo el beso del sol primaveral, envolvía al muertecito con su aliento oloroso, lo acompañaba hasta la tumba, cubriéndolo con impalpable mortaja de perfumes. Los viejos árboles, que germinaban con una savia de resurrección, parecían saludar al pequeño cadáver agitando bajo la brisa sus ramas cargadas de flores.

¡Si por lo menos pudiera ignorar qué secreto vela en el fondo de mi corazón! ¿Por qué quería en otros tiempos permanecer pura ante mi conciencia, si no era para poder pertenecerle un día? Como si el eterno destino no hubiera alzado él mismo entre nosotros una muralla que, desde el fondo de la tumba de Marta, se eleva hasta los astros.