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Y la cabeza, cada vez más fría y lívida á pesar del colorete, movíase de un lado á otro de la almohada, agitando su diadema de flores, entre las manos ansiosas de la madre y de la hermana, que se disputaban el último beso. A la salida del pueblo estaba aguardando el señor vicario con el sacristán y los monaguillos: no era caso de hacerlos esperar.

Era una pequeña figura de cuatro pies de alto que representaba a Ofelia coronada de flores. Había tanto desembarazo en la postura, tal delicadeza en las facciones, tanta inocencia en la expresión, que jamás había visto una interpretación más viva de la inmortal heroína de Shakespeare. Quedó pensativo y preocupado.

Ahora lo oportuno es hacer fuego, antes de que huyan. Apuntando con gran cuidado hicieron fuego simultáneamente. Dos aves, heridas de muerte, cayeron al suelo, mientras las otras, espantadas por la detonación, huían como un grupo de flores.

Raimundo las recogió con cuidado, deshizo luego el ramo que traía, esparció las frescas flores sobre la tumba, y con la misma cuerda hizo otro ramo con las marchitas. Con éste en una mano y el sombrero en la otra, permaneció otra vez algún tiempo de pie contemplando con ojos húmedos aquella sepultura.

FLORES. La Virgen del Carmen le bendecirá, compadre, y usted no se arrepentirá de haberme hecho ese favor cuando sepa que yo conozco curiosos detalles de ese renegado que van a ajusticiar.

SANCHO. Nobles campos de Galicia, Que a sombras destas montañas, Que el Sil entre verdes cañas Llevar la falda codicia, Dais sustento a la milicia De flores de mil colores; Aves que cantáis amores, Fieras que andáis sin gobierno, ¿Habéis visto amor más tierno En aves, fieras y flores?

Mi tía trabajaba en sus flores, y yo, cerca de ella, me entretenía oyéndola. ¿Le gustaría a usted que me casara con Angelina? ¡Cómo no! exclamó alborozada. ¡Si es tan buena! ¡Si te quiere tanto! No por qué se me encendió el rostro. Nunca pensé que Angelina pudiera amarme. Y bien visto el caso ¿por qué no? Angelina era muy digna de ser amada.

Los muebles de aquella sala eran de poco valor, pero cómodos y aseados. Las cortinas y el forro de los sillones, sofás y butacas, eran de tela de algodón pintada de flores; sobre una mesita de caoba había recado de escribir y papeles; y en un armario, de caoba también, bastantes libros de devoción y de historia.

Después de la confidencia, se quedó Rita llena de inquietud y de pena. Movía la cabeza de arriba a abajo con una expresiva manifestación de asombro desconsolado, como diciendo: ¡Válgame Dios!... ¡Válgame Dios!... Mientras tanto el médico se paseaba, con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos errantes en las pálidas flores de la alfombra....

Su oratoria sólida y rica en imágenes brillantes se derramaba como raudales de perlas y de flores, y su auditorio quedaba siempre cautivado por el encanto de ella.