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-Calle vuestra merced, señor compadre -dijo el cura-, que Dios será servido que la suerte se mude, y que lo que hoy se pierde se gane mañana; y atienda vuestra merced a su salud por agora, que me parece que debe de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está malferido.

Acabemos; todo esto es tan pesado y tan bajo, que usted me inspira repugnancia. ¡Hola! compadre del chaleco rojo; ¿tan pronto se olvida usted de los amigos? dijo el gitano al verdugo sin querer responder a las súplicas del reverendo. El verdugo acudió corriendo, con la cara risueña y bonachona.

¿Nos veremos en la calle? dijo el bufón . Venid, que el tiempo urge, y vos, compadre, dejadnos por Jesús Nazareno, y vamos, y no se hable más, que en decir y replicar llevamos una hora. Conque hasta después; muchas expresiones al señor Cornejo, señora María, y al señor escudero que se compre un peine fuerte; hasta más ver... ¡Gracias á Dios que estamos en la calle!

El hombre prudente debe ir haciendo una serie de sabias adulaciones desde la Universidad hasta el paraíso. Con un compadre en el barrio, y una comadre mística en las alturas, el porvenir del licenciado está seguro. Por eso, libre de torpes supersticiones, dije familiarmente al individuo vestido de negro: ¿Realmente me aconsejas que toque la campanilla?

El pobre capitán apartó la vista y se puso la mano sobre los ojos. ¡Toma! dijo Kernok dándole con el pie al cadáver ; ésta es la obra de Melia. ¡Pardiez! ¡hermosa labor! ¡Ah!... pero el dinero... el dinero, compadre, eso es lo importante. ¡Es posible! exclamó . ¡Cuatro, cinco... quizá diez millones!

¡Por la silla de Santiago, compadre! el pescador Pablo, que ha llegado de Conil, me ha repetido de nuevo que la tartana de rojas velas está fondeada a medio tiro de cañón de la costa, y que todos los carabineros están alerta... Han abusado de su credulidad, señor don José. Le han engañado, señor rapabarbas respondió José saliendo con aire burlón.

Después que desensilló la mula, se sentó en la puerta con el indio y se pusieron a charlar, cuando apareció, como a una cuadra, el viajero silencioso. Ahí viene D. Juan en la baya dijo el indio viejo. ¿Y quién es ese D. Juan? preguntó D. Salvador con una curiosidad mezclada de ironía. D. Juan Amachi, mi compadre, un indio viejo de Paucartambo.

Soñaba ahora, soñaba en los pasados tiempos; Susana y yo nos casábamos otra vez y el sacerdote, Jacobo, era... ¿Sabes quién era? ¡! Melín se rió y sentose sobre la cama, con el papel en los dedos. ¿Es buena señal? preguntó Moreno. Ya lo creo: di, compadre, ¿no sería mejor que te levantases? Moreno de Calaveras se levantó con la ayuda de la mano que Melín le ofrecía. Creo que fumas.

La levantaron, sosteniéndola con sus poderosos brazos, y emprendieron la marcha hacia su casa. Unos pescadores dieron un vaso de vino a Antonio, que no cesaba de llorar. Y mientras tanto, el compadre, dominado por el egoísmo brutal de la vida, regateaba bravamente con los compradores de pescado que querían adquirir la hermosa pieza. Terminaba la tarde.

¿Y qué más da que vayan o no a casa de Cánovas? Nada, nada... la cosa no tiene malicia. Flojilla cosa es... ¿De qué pan hago las migas, compadre? Del tuyo que con el viento no se oye. Después se permitió echarse a reír, cosa en él extrañísima y desusada. «Este D. Basilio...». Amigo manifestó Feijoo con su franqueza habitual . Confiese usted que la noticia que nos ha traído podría ser una sandez.