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6 El entonces les escribió la segunda vez diciendo: Si sois míos, y queréis escuchadme, tomad las cabezas de los varones hijos de vuestro señor, y venid mañana a estas horas a a Jezreel. 7 Y cuando las letras llegaron a ellos, tomaron a los hijos del rey, y degollaron setenta varones, y pusieron sus cabezas en canastillos, y se las enviaron a Jezreel.

Madama Scott, al ver entrar al cura y a Juan, se levantó a recibirlos: Cuán amables sois dijo, señor cura, en haber venido, y vos también, señor... Me alegro tanto de volver a veros a vosotros mis primeros, mis únicos amigos en este país. Juan respiró. Era la misma mujer. ¿Queréis permitirme que os presente a mis hijos?... Harry y Bella, venid.

Ahora veo a mi hija Manolita, que también sale en camisa... ¡Calle, también se ha despertado Paquito!... ¡No te he dicho que todos iban a recibir un susto!... Pero se van a constipar si andan de ese modo más tiempo... No toques más Juan, no toques más. Cesó el estrépito infernal. Vamos, Adela, Manolita, Paquito, abrigaos un poco y venid a dar un abrazo a mi hermano Juan.

Eran dos jóvenes estudiantes de los muchos que por aquella época se veían no sólo en las grandes ciudades sino en los caminos y ventorrillos de casi toda Inglaterra. Disputaban más que comían y saludaron alegremente al recienllegado. ¡Venid aquí, camarada! dijo uno de ellos, bajo y rechoncho. Vultus ingenui puer.

¡Como la otra! repitió en acento ronco y cada vez más desencajado Montiño. ¿Pero estáis loco, señor Francisco? cubríos, que el aire hiela; embozáos y componéos, y venid conmigo. Montiño se encasquetó la gorra de una manera maquinal, y repitió su extraño estribillo: ¡Como la otra!

Apodérase la fiebre de todo su ser, métese en cama... Al cabo de veinticuatro horas encuéntrase el esposo á su lado. ¿Quién le ha avisado? Ella no. Una manecita, con caracteres muy gruesos, ha escrito lo que sigue: «Querido papá: venid cuanto antes. Mamá está en cama. El otro día la decir: ¡Si le tuviese á mi ladoHelo aquí: ya está buena. ¡Hombre feliz!

Parece decir: «venid aquí, necios; dadme vuestro oro; yo os daré papeles, yo os haré frases. Mañana seré juez; seré el intérprete de Temis». ¿No te parece ver al loco de Cervantes, que se creía Neptuno?... Observa más abajo: un moribundo; ¿oyes cómo se arrepiente de sus pecados? Si vuelve a la vida tornará a las andadas.

Venid conmigo, y en el umbral de mi Casa me veréis pedir una limosna para vosotros. Después, cúmplanse tus maldiciones, y lleven los perros por este arenal mi corazón desesperado. El Caballero sale de la cueva. La lluvia moja su cabeza blanca y su barba patriarcal que aborrasca el viento, llevándola de uno al otro hombro. La viuda, el loco y los niños le siguen como sombras de su delirio.

La joven había tenido la delicadeza de no llevar el aderezo de bodas, aquel terrible aderezo. Pero en cambio llevaba uno no menos rico de su madre. , ; ¡mis hijos! exclamó la duquesa ; pero hablad bajo... muy bajo... vos... añadió dirigiéndose á don Juan hacedme el favor de cerrar por dentro aquella puerta. Ahora venid, venid conmigo á mi recámara, donde nadie pueda escucharnos.

¿Y quién le ha enseñado esa lección? Excelentísimo señor, yo. ¡Vos! ¿Pero á quién servís? Me sirvo á mismo. Pero si el rey dice que ha hablado con el duque de Uceda... Y tiene razón; como que yo le he metido al duque de Uceda en su recámara. Venid, venid conmigo, bufón, y hablemos donde de nadie podamos ser escuchados. Eso quiero yo. Seguidme. No por cierto.