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Y antes de que siquiera tuviese el tiempo de sospechar mi intención, me apoderé del arma, que tenía oculta entre varios libros. Ahora no se matará usted, no afrontará la ira de Dios, y podrá usted también correr en busca de nuevas caricias. Desde ese momento ya no la reconocí.

De esto ha nacido el que Lock tuviese muchos contradictores, entre los quales es muy señalado Leibnitz, que gustaba de algunas cosas de esta Obra, y le desagradaban muchas: es verdad que se convenian en algunas opiniones, y se oponian en otras.

Los escasos transeúntes veían pasar, de Chapultepec á la gran plaza y de la gran plaza á Chapultepec, el carruaje del general partiendo el aire lo mismo que una flecha, como si en realidad tuviese prisa en llegar á alguna parte. «¡Ahí va Castillejo!», se decían con respeto y miedo.

Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto que, sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo, malherido de una lanzada; y avínole bien, que éste era el de la escopeta.

Alfombra hubiera querido ser doña Andrea, para que su hija no se lastimase nunca los pies, y para que anduviese sobre ella. Alfombra, cinta para su cuello, agua, aire, todo lo que ella tocase y necesitase para vivir, como si no tuviese otras hijas, quería ser para ella doña Andrea.

Su camarada íntimo, el único que podía vivir con él varios días seguidos, era un conde francés, más viejo que Lewis, y al que se designaba únicamente por su titulo, como si no tuviese apellido, como si fuese «el conde» por antonomasia.

No había revolucionario de alguna graduación que no tuviese el suyo. La importancia de los jefes se medía por los parques de automóviles que llevaban detrás de ellos. Y la coronela hizo la guerra en un vehículo americano. Su adquisición sólo costó á Martínez dos palabras breves y el apoyar su revólver en el pecho del primitivo dueño.

Los criminales, los ladrones, la gente de malísimo vivir, eran únicamente los paseantes que desde el toque de la Queda hasta ser de día vagaban por las calles, y rara era la mañana en que en las collaciones de la Feria, san Vicente, santa Cruz, la Macarena ó san Pedro, no aparecía algún hombre muerto ó se tuviese noticia de alguna casa robada ó de algún atropello bárbaro cometido entre las sombras y el silencio.

El Universo entero es nuestro deudor; nosotros le proveemos de ideas desde hace trescientos o cuatrocientos años, y no nos ha dado nada en cambio. ¡Cuando pienso que ni siquiera tenemos las islas Jónicas! Ya las han tenido, capitán, y no han querido conservarlas. ¡Ah! ¡si yo tuviese mis dos piernas! ¿Qué haría usted, capitán? preguntó la señora de Villanera. ¿Qué haría, señora?

Pero, aunque yo estuviese convencido de que la muerte era completa, de que para no había nada después, ni pena, ni gloria de que yo tuviese conciencia, ni siquiera una inconsciente prolongación de mi ser en el recuerdo de los demás hombres, la muerte no me aterraría ni me afligiría. No es que yo esté resignado. Es algo de más noble y de menos pasivo.