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Faltos de su asistencia, ni Su Alteza ni Martínez podrían batirse. Lord Lewis y los dos militares que representaban al adversario eran incapaces de una idea, y tenían que seguirle como discípulos. La conciencia de esta superioridad le hizo recordar todas sus gestiones y triunfos desde media tarde á media noche. Había ido en busca de Martínez con cierta indecisión.

Se separaron, conviniendo en verse después de la comida, para firmar el acta de las condiciones del encuentro. Los cuatro estaban de acuerdo. Pero al mencionar dicha cifra, Toledo se fijó en que sólo eran tres. Lewis había asistido con cierta impaciencia á los largos exordios de la entrevista en un diván del atrio del Casino. Un amigo me espera.... Vuelvo al momento.

Ya estaba fatigado de pasear siempre por sus jardines, que le parecían estrechos y monótonos. Además, la sobrina de Lewis, abusando de su autorización, llegaba cada tarde con una escolta de ingleses heridos, siempre diferentes.

Y pasó más de una hora garrapateando papeles, rompiéndolos y empezando otros, entre los restos de sus postres. Trabajo inútil: los dos firmaron en el gabinete de lectura del Casino, después de pasar una mirada rápida por el texto. A Lewis tuvo que sacarlo de las salas privadas con toda clase de ruegos y astucias.

En el fondo abierto de la planicie estaba otro automóvil de alquiler, y junto á él los tres militares. Acudió Lewis á saludar al príncipe. Hacía poco que habían llegado, y como tenía prisa, se encaró inmediatamente con el coronel.

Pero este silencio no era absoluto. Alguien se movía á espaldas del coronel, dando con el pie en el suelo. Era Lewis, que consultaba, enfurruñado, su reloj. Más de las tres; ya estarían empezando las buenas series en el Casino. Quiso terminar. Además, le daba miedo la figura inmóvil y rígida de su príncipe con la pistola en alto. Nunca lo había visto tan feo.

Lewis, que había bebido mucho en la mesa, recordando al hablar del juego la inutilidad de su vida, cayó de pronto en una tristeza densa, de ebrio melancólico y digno. Dos sobrinos míos murieron en la batalla naval de Jutlandia. Seis hijos de mi hermano han muerto en Francia en una sola tarde: pertenecían al mismo batallón. Todos jóvenes, animosos, deseando hacer algo.

Además, el profesor no entendía nada en tales asuntos y era compatriota de Martínez. ¡Ya había bastante con que un español figurase enfrente del oficial! Tengo mi segundo continuó . Será lord Lewis. Para él, era Lewis más lord que nunca. Le estaba agradecido por la prontitud con que había aceptado su petición. Ganaba dinero aquella tarde y su humor era excelente.

Aquí intervinieron todos con una protesta afectuosa. Sus desgracias de familia eran enormes, pero no debía atormentarse de tal modo. Con su permiso, príncipe dijo el inglés, desviando la conversación , un día traeré á mi sobrina para que conozca sus jardines. ¡Ama tanto estas cosas! Es la única de la familia que ha heredado el alma de mi padre. Después de esto, Lewis mostró deseos de marcharse.

Repetidas veces espió el príncipe á Castro, esperando sorprender en él una mirada irónica, algo que le revelase sus impresiones acerca de la visita que había recibido en la mañana. Pero la presencia de Lewis parecía haber borrado en él todo recuerdo que no tuviese relación con el juego.