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Después de su aislamiento allá abajo en su patria, le parecía un paraíso aquel rincón del café lleno de humo, donde en trabajoso italiano, matizado de españolas interjecciones, podía hablar de Beethoven y del héroe de Marsala, y permanecía horas enteras en delicioso éxtasis, viendo a través de la densa atmósfera la camisa roja y las melenas rubias y canosas del gran Giuseppe mientras sus compañeros le relataban las hazañas del más novelesco de los caudillos.

Sumido estaba aún el artista en estas crueles cavilaciones, cuando la cortina de antigua tapicería que cubría la puerta del taller abrióse de pronto dejando ver el fresco y lindo rostro de Marcela. ¿Te incomodo, papá? No, hija mía respondió éste cubierto de densa palidez. ¿Puedo entrar? , mi vida. Y entró la niña, con un aro en la mano, presentando a su padre la frente. ¿Estás triste, papá?

¡Qué calor, qué calor! exclama Orsi cuando acaba . Azorín a ver, un poquito de cognac... Son las doce. El salón está casi vacío. Diminutas mariposas giran en torno a las lámparas; por los grandes balcones abiertos entra como una calma densa y profunda que se exhala del pueblo dormido, de la oscuridad que en la calle silenciosa ahoga los anchos cuadros de luz de las ventanas.

Veía las cosas, las tocaba, preguntaba, y aun respondía como cediendo a una fuerza mecánica. No estaba segura de hallarse despierta, ni de que fuese realidad lo que le pasaba; iba y venía medio ciega, mareada, con algo en el cerebro, entre jaqueca y manía, sorprendiéndose de ver cómo brillaban instantáneas, sobre la densa lobreguez de su pena, algunos relámpagos de alegría.

La costa se había borrado en la lejanía y la sombra había caído densa sobre el impetuoso Cantábrico, envolviendo al barco en el espíritu aterido y misterioso de la noche. Al lado del joven pensativo resonaron unos pasos, que llevaban el compás, gratamente, a una linda barcarola. Salvador volvió la cabeza hacia aquel lado y aguzó en la oscuridad su mirada.

Carmencita tendía desolada sus manos en las tinieblas, a tientas en su senda, otra vez nublada por densa nube. Así andando, despavorida entre la sombra, llegó a la parroquia de la aldea, y se arrodilló delante de un confesonario.

Juan se estremeció al sentir contra su cara la carne perfumada de María Teresa, y las caricias de sus cabellos. ...¡Así... así... bueno! proseguía el señor Aubry, ahora puedo irme... ¡ah! viéndolos a los dos... juntos... sobre mi corazón... Abrió los brazos y cayó sobre las almohadas. Una atmósfera densa se cernía sobre ellos y María Teresa, extenuada, continuó sollozando sobre el hombro de Juan.

Veinte minutos después se presentó de nuevo con un paquete entre las manos. Aquí tienes las cartas dijo con aparente tranquilidad. Su voz estaba alterada. Una palidez densa cubría su semblante. Clementina le dirigió una penetrante mirada de curiosidad donde se pintaba asimismo la inquietud. Pero dominándose le dijo con naturalidad: Muchas gracias, Mundo.

Este animal oceánico de férreo caparazón tenía un alma que se escapaba normalmente por aquella torre con una respiración acompasada, o mugía con la furia del instinto en las noches de peligro ante el escollo cercano o la densa niebla. Sus compartimientos interiores parecían sensibles a la influencia del ambiente, como las mucosas de un organismo animal.

Fanales suspendidos en la altura, alborada magnífica de Mayo rival eterna de la noche obscura, préstame de tu luz vívido rayo. Envuelta en densa bruma no sabe a donde va la mente inquieta; dale tu luz al alma del poeta, tus tintas a su pluma. Cantar quiero a María Inmaculada, aquel primer momento en que al surgir de la impalpable nada, tuvo lugar el sin igual portento.