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Así pasábamos días enteros contemplando el mar, viendo adelgazarse o engrosar la línea de tierra en la lejanía, midiendo la sombra que giraba alrededor del mástil como en torno de la larga aguja de un cuadrante, lánguidos por la pesadez del día y el silencio, deslumbrados por la luz del sol, privados de conciencia y, por decir así, invadidos de olvido por aquel prolongado columpio sobre las aguas encalmadas.

Sus pasos resonaban sobre la arena endurecida por las heladas, el viento arrancaba de las ramas las últimas hojas secas que revoloteaban como avecillas de oro, la atmósfera de una limpieza incomparable dejaba ver en la lejanía las masas violáceas de la sierra y hacia Poniente unas ráfagas de nubes rojas y anaranjadas parecían incendiar el arbolado de los cerros.

Mientras tanto el cura no tardaría en llegar para consagrar la unión, y esa misma tarde iría él con Adriana, con "su mujer", a un chalet rodeado de viejos árboles, en las barrancas de Belgrano... ¿No lo habría soñado? ¿Era realmente "su mujer" esta criatura que le desdeñara y le humillara tanto y a quien durante los últimos meses no pudiera contemplar sino furtivamente, como un ladrón, en la penumbra de la iglesia del Socorro? ¿Era esta la misma Adriana que tantas veces resplandeciera para él, transfigurada, en la indecisión de una portentosa lejanía?

El mar se aleja en una inmensa mancha verde; se mueven, suavemente balanceados, los barcos; las grúas suenan con ruido de cadenas; chirrían las poleas; se desliza rápido, en la lejanía, un laúd con su vela latina y sus dos foques. Y rasga los aires una bocina ronca con tres silbidos largos y luego con tres silbidos breves. Sale un vapor.

Todo el ser se escapa, vuela, se evapora. Se es la gaviota que se zambulle, el polvo de espuma que sobrenada al sol entre dos olas, el blanco humo de aquel vapor-correo que desaparece en la lejanía, esa pequeña barca de rojo velamen dedicada a la pesca de corales, aquella perla de agua, ese jirón de bruma, todo, menos uno mismo... ¡Oh, qué deliciosas horas de semisueño y de divagaciones las que pasé en mi isla!...

Luego se me aparecía París en lo futuro, y en la lejanía, fuera de toda certidumbre, la oculta mano del destino que podía simplificar de tantas maneras aquella terrible trama de problemas y como la espada del griego, cortarlos ya que no resolverlos.

Las mujeres en general, en su necesidad de conceder tiernas demostraciones, aprovechan presto la ocasión de otorgarlas a algo o a alguien; así, pues, Marcela no tardó en atraer sobre su monísima figura las cariñosas efusiones de que tan pródigo es el sexo bello; únicamente entre los habitantes del castillo, la señorita de Sardonne mostró hacia la criatura lejanía e indiferencia, dirigiéndole como al paso breves palabras, en tono brusco, distraído, casi enojado, sin que tuviera con el padre durante las reanudadas lecciones de acuarela ni una frase cariñosa para la niña: el mismo angelito sentía esa especie de menosprecio, pareciendo tener miedo a la bella desdeñosa.

Perdidos en la lejanía de la juventud y vigorosamente evocados por el pensamiento, vienen a la mente los recuerdos: pasan muchas mujeres: don Juan las ve, violenta su imaginación para acordarse de sus nombres y no puede; porque si todas le dieron su cuerpo, ninguna le dejó la dulzura del cariño en la memoria.

Dos docenas de hombrecillos, achicados por la lejanía, agolpábanse en la borda, con el torso desnudo, moviendo en alto sus casquetes blancos iguales a los de los cocineros. Se adivinaban sus gritos, absorbidos por el silencio del Océano, de los que no llegaba el más leve eco hasta el vapor.

Caía la tarde. Sólo algunos minutos faltaban para que el sol alcanzase la línea del horizonte; lanzaba sus resplandores, trazando líneas dilatadas de luz y sombra, sobre la llanura tristemente salpicada por las viñas y las marismas, sin árboles, apenas ondulada, abriéndose de distancia en distancia por una lejanía sobre el mar.