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El vecindario vió escuadrones de spahis, de teatrales uniformes, montados en sus caballitos nerviosos y ligeros; tiradores marroquíes con turbantes amarillos; tiradores senegaleses de cara negra y gorro rojo; artilleros coloniales; cazadores de África.

De todos modos, le agradezco en el alma que haya contado conmigo... Demasiado que es pura galantería, pero lo agradezco... Vamos ahora a lo más principal, mejor dicho, a lo único principal que hay en este negocio. ¿Quién se lo dice a Sánchez? ¿Quién le pone el cascabel al gato? Mamaíta, díselo manifestó Carlota, cuyas mejillas no habían perdido su vivo color rojo.

Dos compañías de infantería habían entrado en la plaza á paso gimnástico, colocándose en batalla ante la iglesia. Eran los guiris, los ches, la España en armas que llegaba; la odiosa Maketania con su pantalón rojo, sostenedora de la impiedad liberal, enemiga de la resurrección de la antigua Vasconia.

Distribuyóse todo convenientemente entre el mostrador y la anaquelería; sentóse Juana detrás del primero, muy grave y emperejilada; colocó Simón sobre la puerta principal, y mirando a la plaza, un letrero verde en campo rojo, que decía: Abacería de San Quintín,

Pasaba del resplandor de la chimenea a los rincones de sombra, preocupada con estas rebuscas, mostrando, en su impúdica distracción, al agacharse y erguirse, las más recónditas intimidades. Cada vez que tornaba al círculo de luz, una nueva prenda cubría su cuerpo. Fernando la seguía con su vista desde el fondo del lecho, iluminada inferiormente de rojo y con el busto perdido en la penumbra.

En la una, las patatas amarillentas, los reventones garbanzos sacando fuera del estuche de piel su carne rojiza, la col, que se deshacía como manteca vegetal, los nabos blancos y tiernos, con su olorcillo amargo; y en la otra fuente las grandes tajadas de ternera, con su complicada filamenta y su brillante jugo; el tocino temblón como gelatina nacarada; la negra morcilla reventando, para asomar sus entrañas al través de la envoltura de tripa; y el escandaloso chorizo, demagogo del cocido, que todo lo pinta de rojo, comunicando al caldo el ardor de un discurso de club.

Cuando el tren paraba en las solitarias estaciones del trayecto, ella bajaba a conversar con las "cholas", descalzas, andrajosas, que le vendían empanadas, caña de azúcar y santitos de barro pintados de rojo. La impresionó, sobre todo, una escena religiosa en la montaña.

Se pone en una cacerola, mitad manteca y mitad aceite, hasta cubrir el fondo de la misma; cuando está caliente se coloca una jícara boca abajo y la pasta va echándose alrededor de la jícara, y se tiene con fuego lento arriba y abajo una media hora, hasta que está rojo.

¡Ah! ¡El Blutfeld! dijo Juan Claudio ; , , una historia antigua; me parece haber oído hablar de eso. Yégof se puso rojo, los ojos se le encendieron, y exclamó: ¡Te vanaglorias de tu triunfo! Bien; pero ten cuidado, ten mucho cuidado: la sangre pide sangre.

Mas el uniforme, en vez de estar rematado por unos pantalones, tenía como final una falda corta sobre polainas de cuero rojo. Era la sobrina de Lewis. Había estado dos tardes en Villa-Sirena correteando por sus jardines. Miguel contempló una vez más su enfermiza delgadez, que iba tomando el aspecto miserable de la consunción.