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Y todos los valientes que allí se encontraban, levantando la cabeza, gritaron: ¡Animo, señora Lefèvre! Entonces, la pobre mujer, dominada por tantas emociones, rompió a llorar, apoyándose en el hombro de Juan Claudio; pero éste la tomó en sus brazos como una pluma y salió corriendo a lo largo del muro, a la derecha; Luisa les seguía sollozando.

Y el buen hombre veía los hermosos ojos de su hija llenos de terror; sentía los brazos de Luisa que le rodeaban el cuello. Al pasar frente a la granja de «El Encinar» entró para decir a Catalina Lefèvre que todo marchaba bien y que los campesinos sólo esperaban la señal. Un cuarto de hora después, el señor Juan Claudio desembocaba por el sendero de los acebos frente a su casita.

Juan Claudio obedeció muerto de miedo; encontró el boquete en la piedra, alcanzó el escalón y, dando media vuelta, se encontró frente a frente con su compañero en una especie de nicho apuntado, que sin duda se comunicaba en otro tiempo con una poterna. Al fondo del nicho abríase una bóveda baja. ¿Cómo demonio has encontrado esto? exclamó Hullin completamente maravillado.

Nieves, que estaba deseándolo, complació bien fácilmente a su padre; el cual, al verse solo y al reconocer su herida, observó que con el final de la reciente escena había desaparecido el clavo, pero dejando la punta dentro. Cerca del anochecer, llegó don Claudio Fuertes. Don Adrián sorprendido y Leto atolondrado, bajaron hasta muy cerca de la botica sin decirse una palabra.

Juan Claudio volvió la esquina y entró en la casa; todos los demás le siguieron. Duchêne acababa de echar al fuego un haz de leña. Aquellos rostros ennegrecidos por la pólvora, animados aún por el ardor del combate, aquellos hombres, con los vestidos desgarrados por los bayonetazos, algunos de los cuales sangraban al salir de las tinieblas a la viva luz, ofrecían el más extraño espectáculo.

Era sin duda de Lázaro, y casi sabía punto por punto lo que había de decir. Pero su sorpresa fué grande cuando miró la firma y vió: Claudio. ¡Claudio! ¿quién es Claudio? exclamó con la mayor confusión. La carta decía así: "Ya te he devuelto, amiga mía, á ese joven prisionero á quien tanto quieres.

-Voy á explicarlo. #Bozmediano#. Antes de dar á conocer en toda su extensión el coloquio de estos personajes, conviene dar noticias de uno de ellos, ya harto conocido por el lector. El militar que en el segundo capítulo de esta historia vimos prestando auxilio á Coletilla y después introduciéndose furtivamente en su casa, se llamaba don Claudio Bozmediano y Coello.

Pero no es esto todo añadió Luisa ; venga por aquí. La joven quitó la cubierta de hierro que tapaba la boca del horno, al fondo del cuarto de cola, y rápidamente se esparció por la cocina un olor de tortas de manteca que alegraba los corazones. El señor Juan Claudio se sintió conmovido ante aquello.

Hullin no pudo ver por más tiempo aquellas escenas y se dirigió, pálido como la muerte, a casa del posadero Wittmann, que se hallaba enfrente. Wittmann era también comerciante en pieles y cueros. ¡Qué! ¿Es usted, maestro Juan Claudio? exclamó el posadero viéndolo entrar . Viene usted más pronto que acostumbra; no le esperaba hasta la semana próxima.

Está escrito en francés, con muy primorosa letra por cierto, y traducido dice así: "Al muy alto y muy poderoso Barón León de Morel, de su fiel amigo Claudio Latour, Capitán de la Guardia Blanca, castellano de Biscar, señor de Altamonte y vasallo del invicto Gastón, Conde de Foix, señor de alta y baja justicia." ¿Qué tal? dijo el arquero recobrando el precioso documento. Vales mucho, chiquillo.