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Actualizado: 11 de julio de 2025


Luego, en tono más tranquilo, prosiguió: Oye, Hullin; no te quiero mal; eres valiente; los descendientes de tu raza pueden mezclarse con los de la mía; deseo una alianza contigo, lo sabes... ¡Vamos! pensó Juan Claudio ; otra vez me va a hablar de Luisa... Y como previese una petición en regla, dijo: Yégof, lo siento mucho; pero me veo obligado a dejarte; ¡tengo tantas cosas que ver!...

De acuerdo los tres sobre este punto y los demás allí tratados, don Claudio salió de la botica para volver al Casino.

Al mismo tiempo, Divès y sus hombres transportaban la pólvora al cobertizo, y en el momento que Juan Claudio se acercaba a la hoguera más próxima ¡cuál no sería su sorpresa al ver, entre los hombres de la partida, al loco Yégof con la corona a la cabeza, sentado gravemente en una piedra, con los pies cerca del fuego y cubierto con sus andrajos como si fuese un manto real!

Algunos desgraciados se dedicaban a recoger los últimos restos de sus casuchas para llevarlos a la ciudad. No se veía en el horizonte mas que la cintura de las murallas, que trazaba una línea obscura por encima de los caminos cubiertos. Aquello fue un rayo que cayó sobre la cabeza de Juan Claudio; durante algunos minutos no pudo articular una palabra ni dar un paso.

Don Claudio Fuertes no halló modo de calmar la iracundia de su amigo, a quien desconocía en aquel estado, ni siquiera de hacerle soportable ninguna conversación.

Ese caballero no merece, no merece, eso es, una mortificación tan grande por motivos tan pequeños: tan pequeños, , señor, si somos buenos amigos suyos, buenos amigos, ¡caray! ¿No le parece a usted, señor don Claudio?

Bien: ellas salen; probablemente la dejarán encerrada, ¿Cómo entro yo? ¿Voy á estar descerrajando puertas? No, señor: usted entrará cómodamente y sin ruido. A ver como es eso, diablo de abate. ¿Recuerda usted aquel vestido de abate que yo tenía allá por los años 10 y 12? ¿Qué he de recordar yo? dijo Claudio, picado y curioso.

La égloga á Claudio desvanece las dudas que sobre este punto pudieran abrigarse, porque después de describir en ella su expedición á Inglaterra, y de hablar de una pasión amorosa que entonces lo dominaba, dice, aludiendo sin ambajes á su difunta esposa: «¿Y quién pudiera imaginar que hallara Volviendo de la guerra, dulce esposa, Dulce por amorosa, Y por trabajos cara?

Juan Claudio se levantó como indignado, desatose el mandil, alzó los hombros y volvió luego a sentarse exclamando: ¿Sabe usted quién es ese loco? Pues se lo voy a decir. Es seguramente uno de esos maestros de escuela alemanes que se atiborran la cabeza de rancias historias del tiempo de Maricastaña y que las refieren con la mayor gravedad.

Oyole Nieves, empeñose en que la voz era excelente; y de tal manera se empeñó y con tal arte se compuso y con tales esfuerzos la ayudaron en su deseo su padre y don Claudio Fuertes, que Leto cantó la melodía en el saloncillo acompañándole ella al piano.

Palabra del Dia

gallardísimo

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