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Actualizado: 11 de junio de 2025
Pero le he oído a usted calificar de malhadado el asunto principal, y me voy a tomar la libertad de decirle que no hallo el calificativo arreglado a justicia. ¡Canástoles!... ¿Cómo que no? Pues como que no. Yo tenía mis planes, señor don Claudio; yo tenía mis planes. Corriente: tenía usted sus planes.
Había pasado toda la mañana averiguando dónde vivía Bozmediano, y en las pocas horas que permaneció en la casa de las tres nobilísimas damas, oyó decir que doña Paulita estaba muy mala, y que Clara no estaba buena. Lázaro salió, y ya entrada la noche penetraba en los solitarios barrios de la Flor Baja, donde está la habitación de los Bozmedianos. Entró en el portal y preguntó por don Claudio.
Bien; quedamos conformes... Saldré mañana bien temprano... Hay cinco leguas; hacia las seis estaré de vuelta... Y usted verá, Catalina, cómo sus tristes pensamientos no tienen fundamento. Así sea respondió la labradora levantándose , así sea... Usted me ha tranquilizado algo, Hullin... Ahora, me vuelvo a la granja y espero dormir mejor que la noche pasada... Buenas noches, Juan Claudio.
En aquel momento la palidez de Clara aumentó súbitamente, porque creyó que sentía abrir la puerta de la escalera; pero Claudio la tranquilizó diciéndole que se equivocaba. No temas nada dijo prestando atención; nadie puede venir. ¿Pero á qué está usted aquí más tiempo? dijo ella, repuesta del susto. ¿No le he dicho ya lo que quería saber? Sí, y me voy. Ahora sí, me voy; pero es para volver.
A lo que de él se sabe por don Claudio Fuertes, hay que añadir que era de regular estatura, moreno, enjuto, de ojos pequeños, pero listos, risueño de expresión, y de voz lenta y sin timbre alguno. Parecía algo socarrón, pero en realidad no lo era.
Todos esos valientes, todos esos padres de familia que caen unos después de otros decía Juan Claudio con voz desgarradora , ¿creéis que no pesan sobre mi corazón? ¿No creéis que hubiera mil veces preferido que me aniquilasen a mí? ¡Ah! ¡No sabéis lo que he sufrido esta noche! Perder la vida no es nada. ¡Pero llevar yo solo una responsabilidad tan inmensa...!
Katel, Lesselé y Luisa entraron en seguida llevando una enorme sopera que humeaba y dos suculentos asados de vaca, que depositaron en la mesa. Todos se sentaron sin ceremonia, Materne a la derecha de Juan Claudio y Catalina Lefèvre a la izquierda.
Juan Claudio parecía contento. ¿Qué hay, Nickel? ¿Qué pasa por allá abajo? exclamó. Hasta el presente, nada nuevo, señor Juan Claudio; sólo del lado de Falsburgo se oye tronar como si fuese una tormenta. Labarbe dice que son cañonazos, porque durante la noche se han visto pasar los relámpagos sobre el bosque de Hildehouse, y esta mañana unas nubes grises se han extendido por el llano.
Estando la casa de don Claudio a dos pasos de allí, y habiéndole metido las palabras de Leto en mucho cuidado, en un instante llegaron a ella y se encerraron en el gabinete que servía al comandante retirado de despacho y de dormitorio.
Cogió la anciana a ésta por un brazo, y volviéndose hacia el parlamentario, le dijo: Tenemos una niña con nosotros; ¿no habría un medio de enviarla a casa de alguno de nuestros parientes de Saverne? Apenas Luisa oyó tales palabras se precipitó en brazos de Hullin, poseída de un gran terror, exclamando: No, no. Quiero permanecer con vosotros, papá Juan Claudio; quiero morir con vosotros.
Palabra del Dia
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