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Leocadia cogió la llave de encima del aparador, y salió sin precipitarse. Oyose a poco en la escalera ruido de pasos sofocados por risas, y entraron con Leocadia en la habitación dos hombres jóvenes, pero de tipo distinto.

»Hoy le he visto venir tan regocijado que me privé de entrar en la habitación de mi hija para no obligarles a que se hiciesen violencia delante de . »¡Ah! Son tan escasos en la vida estos momentos que, como dicen muy bien los italianos, es un crimen ponerles tasa cuando se tiene la dicha de disfrutarlos. »Unos minutos después paseaban los dos por el jardín. Este es su edén.

De repente se iluminó la habitación del Duque, cuyas mal cerradas persianas me permitieron ver en parte el interior de la misma, poniéndome de puntillas sobre la sumergida roca. Luego se abrieron las persianas por completo y distinguí el gracioso contorno de Antonieta de Maubán, destacándose con toda precisión en la viva luz del cuarto.

Las señoras pasaron á una habitación inmediata con Urquiola y el ingeniero Sanabre. Esperaban á algunas amigas de Bilbao y mientras tanto, harían música. Los dos jóvenes rogaron á Pepita que cantase alguna canción vascongada de las antiguas, tan melancólicas y dulces, distintas completamente del ritmo americano de los modernos zortzicos.

Conducido maquinalmente por mi amigo, subí la escalera y llegué hasta mi cuarto: el golpe recibido en medio del corazón me había aturdido; ya en la habitación, me senté sobre el borde de mi cama; mi pobre perro saltaba de alegría al verme; ignoraba el fiel animalito el por qué sus caricias, siempre contestadas con cariño, eran entonces esquivadas con rudeza.

Mientras duró la confesión, D. Juan paseaba agitadamente por el amplio corredor de la casa en espera, devorado por curiosidad ardiente, presa de vagos y tristísimos presentimientos. Salió al fin el penitenciario, quien sin responder a la muda interrogación que le dirigía con la vista, tomole gravemente de la mano y le llevó en silencio hasta su propia habitación, donde se encerraron.

Feli no pudo contenerse por más tiempo, y su carcajada infantil rodó en el silencio como una campanilla de plata. Así transcurrió la noche. Los amantes ya no reían; callaban, como si durmiesen. En su habitación gemía la cama con ligeros temblores, cual si anduviesen ratas por debajo de ella. Al otro lado del tabique hablaba en sueños el señor Vicente, estremecido por el horror de sus visiones.

Entró Roger en la habitación y quedó atónito al ver que de un fuerte garfio de hierro pendiente del techo colgaba un hombrecillo que era quien tan desaforadamente gritaba. El garfio lo tenía sujeto por el cinto y el infeliz manoteaba y perneaba como un poseído. ¡À moi, mes amis! seguía berreando, cárdeno el rostro. ¡Favor al campeón del Obispo de Montaubán! ¡À moi!

Eran estas buhardillas habitación de gente pobre que vivía en contacto frecuente con los ricos: así estaban cercanos la necesidad y el remedio, hermoso maridaje que aplaca la envidia de los que no tienen y amansa el egoísmo de los que poseen.

Del Colorado al Rio Sauce, habitacion de las tolderias de los Tehuelches, debe haber otras 30, y hablan mucho los indios de su fertilidad: con que seguramente se puede ir con carretas hasta el Rio del Sauce, y si se quiere adelantar aun hasta la otra banda, con el arte con que pasan los españoles con carretas los grandes rios que hay desde Santa al Paraguay, pasando la carga en pelotas, tiradas de un caballo nadando con su ginete, y tirando los bueyes la carretas unidos y nadando: y lo hacen con facilidad, segun he visto.